Por José Gregorio Hernández.-A propósito del evento electoral del 25, que se supone es un certamen democrático, lo que acontece nos hace reflexionar sobre la democracia. Ésta, en el concepto tradicional, es el sistema político en que el pueblo, en ejercicio de su soberanía, resuelve sobre el rumbo del Estado y los destinos de la sociedad, y escoge en las urnas  a sus gobernantes y representantes.

Para Rousseau, la democracia implica y exige el gobierno directo del pueblo. Los ciudadanos, libres e iguales, titulares de derechos inalienables que canalizan mediante el sufragio -a su vez, un verdadero derecho-, configuran  la voluntad general y adoptan las decisiones fundamentales. El pueblo no puede enajenar su libertad, ni dejar que otros lo sustituyan en el ejercicio de sus derechos políticos.

Abraham Lincoln proclamó la famosa definición según la cual “la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.

Giovanni Sartori acude al sentido etimológico de la palabra “democracia”, que quiere decir “poder popular”. Pero afirma que, si ello es así, las democracias deben ser lo que dice la palabra: sistemas y regímenes políticos en los que el pueblo manda. Y, sin embargo, el concepto de “pueblo” es indefinido. Por lo cual el autor italiano se pregunta: “¿Quién es el pueblo? (…) ¿Cómo atribuir el  poder al pueblo?”.

Ahora bien, en el Derecho Constitucional colombiano, ese concepto  está definido. El pueblo está conformado por  todos los ciudadanos (nacionales, mayores de 18 años), quienes, como lo expresa el artículo 260 de la Constitución, eligen en forma directa Presidente y Vicepresidente de la República, senadores, representantes, gobernadores, diputados, alcaldes, concejales, miembros de juntas administradoras locales, y, en su oportunidad, miembros de la Asamblea Constituyente y las demás autoridades y funcionarios que la misma Constitución señale.

Para que haya una genuina democracia, debe ser cierto y real que quienes eligen son los ciudadanos, los integrantes del pueblo. El derecho al voto, según la Constitución, es inalienable, fundamental.

Pero es precisamente esa realidad y esa certeza las que brillan por su ausencia en la Colombia actual, pues entre nosotros no es el pueblo el que elige. Manipulado por muchos y en muchas formas, no ejerce en verdad la libertad que Rousseau  decía que no podía ser enajenada.

Aquí,  habiendo quizá pasado de moda los “manzanillos” (no del todo), los reales electores son: el dinero (privado o el oficial, en forma de “mermelada”), los encuestadores y los medios de comunicación.

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