Por Luis Fernando García Forero. Foto: Leonardo Vargas.- En el marco de la celebración de los 25 años de la promulgación de la Constitución Política de 1991, la controversia entre el Congreso y la Corte sobre las reformas  tuvo un interesante momento de denuncia y reflexión sobre el papel del Constituyente derivado frente a las demandas del momento histórico y las expectativas del país.

Luis Fernando Velasco, Presidente del Congreso, hizo este planteamiento tras el reciente fallo de ese tribunal, que abatió la eliminación del Consejo Superior de la Judicatura, que se había determinado en la reforma constitucional del Equilibrio de Poderes. 

En respuesta a Velasco, en una intervención de elevada calidad referencial y jurídica, la Presidente de la Corte Constitucional, María Victoria Calle, expresó contundentemente que el Congreso “podía reformar, modificar e incluso suprimir, cualquiera de sus artículos. Ni más faltaba que los magistrados de este país interfirieran en las funciones del Congreso, solamente respetan y aprecian la difícil tarea que al Congreso corresponde”.

En este orden de ideas, la Magistrada Calle habló de la difícil tarea de la Corte Constitucional, al señalar que “cuando un magistrado estudia el texto  de un acto legislativo o un proyecto de ley, estatutaria u ordinaria, lo que tiene que hacer es constatar la competencia. Cuando el Congreso sustituye uno de los elementos de la identidad de la Constitución, pues, tiene que señalar que allí hay un problema de competencia. Con todo el respeto, eso es lo que sucede.”.

Pero, indudablemente, señaló enfática la Presidenta de la Corte Constitucional, “cualquier artículo de la Constitución, puede ser reformado, modificado e incluso suprimido y, no es nuestro querer, interferir en la tarea que a ustedes corresponde, porque como lo he dicho, lo que  hacemos, por el contrario, es admirarla todos los días”.

En este sentido, la Presidenta Calle afirma que “hemos venido reconociendo que esta Constitución es para la ciudadanía”… “Por ello, por sus 25 años, he traído una idea central: una Constitución hecha para el pueblo y mientras el pueblo no quiera, no puede ser sustituido ninguno de los elementos que la contienen”.

Complementariamente y de manera magistral, la Presidenta de la Corte compartió “uno de los testimonios más conmovedores de la  esperanza humana”, que fue el de Karl Popper, en plena Guerra Mundial, cuando el Nazismo quería apoderarse de Europa”.

Popper, refiere la Magistrada Calle, se exila en Nueva Zelanda y decide estudiar Griego Antiguo y analizar críticamente a Platón, a Marx  y a otros pensadores, altamente venerados en Occidente, como una forma de lucha contra el totalitarismo reinante. Estudiar para dominar la barbarie.

Iniciativa ésta, según el relato de Calle,  que hizo posible que Popper escribiese una de sus mejores obras, la Sociedad Abierta y sus enemigos, donde propuso “demostrar que los integrantes de una sociedad, si no sucumben a las voces de los falsos profetas, pueden ser los artífices de su propio destino”.

En este preciso aspecto, la Presidente de la Corte, establece un paralelismo con el espíritu de los hombres y mujeres de Colombia, quienes a finales de los 80 e inicios de los 90, mientras Colombia libraba una guerra sangrienta, “le apostaban a darse una nueva constitución para construir algún día la paz”.

“No muy lejos de la concepción de Popper, el Proceso Constituyente de 1991, intentó precisamente asegurar que fuera el Pueblo de Colombia, el constructor de su propio futuro”, aseguró Calle, “con nuevas propuestas y un nuevo diseño constitucional”.

Haciendo una panorámica histórica, la Presidenta abordó las concepciones constitucionalistas y de las instituciones políticas colombianas, para observar la concepción del papel del pueblo y la búsqueda de la participación política como ciudadanos, en un contexto jurídico que incluye la acción de tutela y “las garantías, que son inherentes  a todo ser humano, en toda democracia que se tenga por verdadera”.

Calle reconoce ciertos intentos para debilitar la participación en estos 25 años, pero estima que “estamos en un punto de no retorno y que el siglo que apenas comienza, es el de la Democracia de la Ciudadanía”.

“Por eso puede decirse”, reitera,  que “la Constitución de 1991 es un pacto sobre la convivencia hecho para el futuro, pero el futuro aún no ha llegado”.

Y dependerá del rol que asuman los colombianos para profundizar los mecanismos de participación, para que el espíritu de la Constitución de 1991 inspire construir un país justo y en paz.

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