Por Horacio Serpa. Colombia hace mucho tiempo es un país de derechas.  Es cierto que se han elegido gobiernos progresistas, como en la llamada “República Liberal”

de 1930 a 1946, y algunos durante la época posterior al Frente Nacional. Es verdad que en el siglo pasado se lograron importantes reformas institucionales, en 1936 con López Pumarejo y en 1991 con Gaviria Trujillo y la Constituyente a la cabeza. Es claro que, en ocasiones, hubo buenas intenciones de lograr reformas esenciales, que nunca se ejecutaron. Fueron solo cambios normativos. Gaitán dijo con claridad que “el pueblo no quiere la igualdad retórica ante la ley, sino la igualdad real ante la vida”.

¿Qué pasó? Las derechas de los partidos, de los gremios económicos, de la Iglesia, de las Fuerzas Armadas, de algunos sectores sociales, temerosos del cambio unos, otros partidarios del conservadurismo y del status quo, se impusieron para que las transformaciones fueran solo retórica, aspavientos democráticos y emotivos discursos reformistas. Así, como en la obra de Lampedusa, todo seguiría siendo igual.

Las derechas nunca pusieron la cara. Menos cuando se utilizó la violencia para impedir las modificaciones en los valetudinarios modelos políticos, sociales y económicos. “Tiraban la piedra y escondían la mano”. Por eso tantas disposiciones equitativas, progresistas, que nunca se cumplieron. En la Constitución hay normas que no se han estrenado

Escribió Semana que el Centro Democrático será un nuevo partido de derechas. El expresidente Uribe, desde hace años, es el jefe del conservatismo colombiano, con perdón de Omar Yepes y Marta Lucía Ramírez, que solo son los directores de la formalidad azul. Los verdaderos jefes de la caverna, los que interpretan un sentido radical de derechas sobre paz, economía y condición de vida de la gente, militan en el uribismo, enemigos de Santos, nostálgicos porque ya no manejan “la mermelada” que en su momento repartieron sin medida, partidarios de la confrontación armada, comprometidos con el neoliberalismo, la reducción del Estado, la apertura a ultranza, la competencia comercial incondicional, el rechazo a la economía solidaria, el desprecio a las ideologías y la negación de la participación popular.

Importante que se destapen las cartas y que en el espectro ideológico puedan participar las distintas orientaciones políticas y ciudadanas. El Presidente Santos tiene la obligación de proteger todos los derechos y de brindar garantías a las distintas fuerzas partidistas. Pero tiene también el compromiso de lograr la paz y de instrumentar los cambios esenciales que escogió el pueblo cuando lo eligió presidente.

Zuluaga y Uribe son las derechas y ejercerán una oposición salvaje. Santos debe gobernar con criterios democráticos y de equidad, abanderando las reformas que reclaman los sectores democráticos, socialdemócratas, terceristas y socialistas.

El Partido Liberal debe estar a la cabeza de  los cambios y participar en la formación de una Gran Fuerza Democrática y Social que apoye la paz, la convivencia y la equidad. Será una aguda confrontación. Hay que librarla y ganarla o seguiremos en las mismas.

 

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