Por Jairo Gómez.- Tras su décima conferencia, las FARC van camino a transformarse en partido político. Es un buen suceso para esta atribulada democracia.

Era tal su ineficacia que la única herramienta que sirvió para mantener el statu quo durante varias décadas fue el llamado “Estado de Sitio”. No se necesitó de un golpe de estado para que las élites, indirectamente y a la sombra de los militares, disfrazaran su desmedido poder.

Después de la Constitución del 91 el país entró en otra onda, la de los derechos fundamentales y la profundización de la participación política.

Guerrilleros del pasado hoy son un referente nacional. Los códigos de la represión sobre sectores políticos y sociales de izquierda encontraron un dique en el garantista y vigilante gran estatuto.

Repito, con el ingreso de las FARC a la escena política el país entra en un periodo de ensanchar y no recortar los derechos en la acción proselitista, y la protesta social cobrará más importancia. Lo anterior plantea una pregunta: si hasta ahora las expresiones colectivas de inconformidad eran usualmente estigmatizadas y señaladas de estar infiltradas por la guerrilla, desaparecido el conflicto con las FARC, ¿qué cambiará? No es una pregunta suelta; tiene mucho sentido.

Mire usted, algunos notables de la clase política tradicional, tras los acuerdos de La Habana, vienen alimentando una especie de malestar por la que ellos consideran una ola de protestas que, en muchos casos, dicen, rayan con un chantaje a la institucionalidad que no debe permitirse y, para neutralizarlas, proponen que se aprueben leyes que constriñan la democracia.

Y como si se pusieran de acuerdo, también se escuchan voces de aspirantes presidenciales que sugieren revisar las consultas populares para impedir que sean los propios ciudadanos quienes definan el futuro de su comunidad, como en el caso de la mina “La Colosa” en el Departamento del Tolima donde la comunidad entró en acción para evitar un irreversible daño ambiental.

Esas voces no entienden o nunca entendieron que la restricción o constreñimiento de la participación política y social ha sido la nuez del conflicto interno colombiano. Hay un viejo dicho que se remonta a los tiempos napoleónicos y que cae como anillo al dedo: “puedes hacer lo que quieras con una bayoneta, salvo sentarte en ella”.

Bienvenidas las FARC a la escena política sin armas, ése es finalmente el punto esencial de este proceso de paz que culmina el 26 de septiembre con la firma del acuerdo, y que los colombianos saldremos a refrendar positivamente el 2 de octubre. Seguro que Sí.

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