Por Felicia Saturno Hartt. Foto: The Guardian.- La Política es un espacio tan complejo, que demasiados factores pueden asociarse con resultados opuestos a los esperados. Eso fue lo que le sucedió a la populista ultraderechista Theresa May, Primera Ministra, en las elecciones británicas

May y su Partido Conservador jugaron una carta, que creían ganadora, cuando convocó, el pasado 18 de abril, elecciones anticipadas. Su intención no sólo era ampliar su mandato y poder aprobar sin obstáculos las leyes necesarias para facilitar la salida del Reino Unido de la Unión Europea, popularmente denominado Brexit, sino anticiparse a las reacciones y consecuencias de esta salida del escenario europeo en la luna de miel de su mandato.

Pero los imponderables eventos del escenario político actual no ayudaron a que Theresa May lograse la posición más cómoda y legitima para sobrellevar el viaje del Brexit. Ciertamente ganó, pero no como ella deseaba, ya que los atentados de Manchester y Londres y el carisma del candidato laborista Jeremy Corbyn estrecharon las ventajas de unos 20-21 puntos que tenía al comenzar la campaña. May fue Ministra del Interior hasta su nominación a Primera Ministra, la cartera de la seguridad, la que cuida a los ciudadanos.

Tal vez otro factor afectó a la hija del vicario que se convirtió en la segunda mujer al frente del gobierno británico tras Margareth Thatcher, fue su propia campaña. Su oferta electoral, típica de los partidos conservadores, tocaba las pocas garantías sociales de los británicos. Destacó como uno de sus reveses, el anuncio de “la tasa a la demencia”, un impuesto a cobrar a las familias para la atención sociosanitaria de las personas mayores, siendo UK uno de los líderes de la atención geriátrica.

El impacto de su propuesta fue generando resistencia. Y su protagonista comenzó a rechazar, incluso, a los debates televisivos, a pesar de que Corbyn siempre confirmaba su asistencia. Esto hizo crecer a su oponente y propició que diferentes redes y medios de comunicación expresasen que esta debió haber sido la peor campaña electoral que un político británico haya hecho en décadas. Theresa May trató a los británicos como a niños traviesos a los que se les puede dictar el camino a seguir.  Ella rechazó el debate público, evitó hablar con los electores y se limitó a repetir como una fría máquina sus machacadas consignas, tanto que se ganó el apodo de "Maybot”.

Como bien lo definió Barbara Wesell “los británicos se dieron cuenta de que May, fuera de su protegido círculo de amigos, no confía en nadie y es incapaz de escuchar.  May demostró ser fría, retraída e incomprensiva con las reales preocupaciones de la gente: educación, el sistema de salud y la financiación de la atención a los ancianos. Su propuesta de imponer un "impuesto a la demencia” a los mayores fue criticado como una "expropiación” de los más débiles. Si bien luego se retractó, esa postura la afectó mucho. ¿Cómo puede alguien hacer semejante propuesta tan absurda? Theresa May parece tener cierto gusto por la autodestrucción”

Theresa May gana, pero sólo tiene 318 escaños, ocho menos de los que necesitaban para tener una mayoría absoluta. Al hacer una alianza con el controvertido Partido Unionista Democrático de Irlanda del Norte, obtiene los 10 escaños mágicos que requiere, pero Gran Bretaña se encuentra profundamente dividida: en norte, en sur, en ciudades, en el campo, en defensores y detractores del "brexit”. Cada uno toma sus decisiones políticas según sus propios criterios. En la política británica se perdieron las viejas lealtades, las tradiciones regionales y los lazos sociales de ayer.

Este es el peor desastre político para los conservadores y fue Theresa May la causante arbitraria de esta derrota personal y su partido. La situación es caótica y el futuro incierto. Este es el segundo error catastrófico de cálculo de un primer ministro británico, después del referendo sobre el "Brexit” de David Cameron.

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