Por Felicia Saturno Hartt. Foto: N. Kamm/ AFP.- Gobernar por decreto es una práctica muy practicada por los mandatarios populistas. Así lo han hecho Carlos Andrés Pérez, Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, otros mandatarios en África y Erdogan en Turquía, entre otros.

Si bien es cierto que la mora legislativa y la incapacidad de los parlamentos de representar a las comunidades y naciones han ido en ascenso, los Presidentes asumen el control de cambiar la realidad según sus personalísimos criterios.

18 decretos en 12 días, ha emitido el recién estrenado Presidente del Gigante del Norte: Donald Trump, quien gobierna de esta forma la compleja realidad sociopolítica de este país sin pedir la venia del Congreso. Aunque le llueven críticas, no es el único que ha recurrido a esa vía. Antes de él y en otras circunstancias, George Washington y muchos otros también lo hicieron, pero tal vez sin una popularidad del 40%.

El primer Presidente de EE.UU., George Washington, recurrió en ocho ocasiones al decreto para imponer normas. Pero, en general, los presidentes hicieron poco uso de ese recurso en las primeras décadas tras la independencia.

Sin embargo, desde fines del siglo XIX, el número de decretos presidenciales aumentó perceptiblemente. El récord lo mantiene hasta el día de hoy Franklin D. Roosevelt, lo cual obedece solo en parte a su largo período de gobierno. Roosevelt, que se mantuvo en el poder desde 1933 hasta su muerte, en 1945, llegó a emitir más de 3500 decretos presidenciales.

Pero el actual mandatario, Donald Trump, parece querer batir un récord de velocidad: en 12 días ha suscrito 11 "memorándum presidenciales” y siete "órdenes ejecutivas”, entre ellas la controvertida prohibición de ingreso al país de ciudadanos de siete Estados de mayoría musulmana.

Tales disposiciones son en principio vinculantes para las autoridades estadounidenses, aunque la Constitución no mencione nada acerca de "órdenes ejecutivas”. Su vigencia se fundamenta, por lo general, legalmente con el poder ejecutivo que según el Artículo II de la Carta Fundamental Americana se confiere al presidente electo.

Sólo William Henry Harrison, fue el único que no llegó a emitir esas órdenes presidenciales. En 1841, Harrison pronunció, en un gelido día de marzo el discurso de asunción más largo de la historia del país. Contrajo una pulmonía y murió un mes más tarde.

Harry Truman quiso en su momento poner a todas las acerías bajo control federal, y fracasó en su intento ante la Corte Suprema. Esta, al mismo tiempo, determinó que los decretos presidenciales no generan nuevas leyes, sino solo pueden interpretar disposiciones legales o constitucionales ya existentes.

Pero otro decreto de Truman se hizo famoso: fue el que, en 1948, selló la igualdad de trato para todos los miembros de las Fuerzas Armadas, independientemente de la raza, la religión o el origen étnico. Sin embargo, el más célebre de todos los decretos presidenciales es aquel por medio del cual Abraham Lincoln abolió en 1863 la esclavitud.

Puede que el gobernar por decreto sea algo dudoso para los puristas de la democracia, dado que se soslaya el proceso legislativo normal, como afirma  Christoph Hasselbach, no obstante, el Congreso no quedar inerme. Aunque no está en condiciones de anular los decretos, si puede negar los recursos financieros para su aplicación. El presidente, a su vez, puede aplicar un veto en contra. Para pasarlo por alto e imponerse finalmente, el Congreso requiere una mayoría de dos tercios, señala el analista.

Otra opción para frenar un decreto presidencial es recurrir a los tribunales. Los jueces hicieron fracasar el proyecto de Truman, al igual que uno de Bill Clinton, quien en 1996 quiso excluir por decreto de las licitaciones estatales a aquellas empresas que contrataran rompehuelgas.

Todavía no está claro qué ocurrirá con el decreto de Trump sobre la entrada al país de ciudadanos de determinados países. Varios tribunales estadounidenses ya lo han atenuado. El veredicto sobre el fondo del asunto se espera para febrero. Si el decreto fuera declarado inválido por una Corte, sería un hecho poco usual.

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