Por Felicia Saturno Hartt. Foto: Ana Mocholi.- Toda la vida se dijo que el mercado y las industrias respondían sólo a una lógica, la del capital. Pero, los que afirmaban esto, nunca imaginaron que iban a sucederse, en un brevísimo tiempo, cambios radicales, como lo son las últimas tendencias tecnológicas, que se han vivido en las últimas décadas.

Una de esas tendencias, más impactantes y disruptivas, es la Economía Colaborativa, por el concepto y el cambio de paradigma que encierra en su interior, que los ciudadanos dejen de ser simples consumidores de bienes y servicios para compartir sus propios recursos con otros usuarios, sin intermediarios ni empresas de por medio, a cambio de dinero o servicios.

Como bien lo conceptualizó Miguel A. García Vega es “Compartir en vez de poseer”. Una nueva fórmula de actividad que ya mueve un ingente negocio en todo el mundo y las perspectivas señalan un futuro donde la economía colaborativa seguirá creciendo exponencialmente.

En la actualidad, la firma de análisis IDC estima un negocio alrededor de la economía colaborativa en torno a los 15.000 millones de dólares, cifra que se incrementará hasta los 350.000 millones de dólares en escasamente cinco años vista.

Este paradigma colaborativa plantea una revolución abrazada a las nuevas tecnologías. El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) le calcula un potencial de 110.000 millones de dólares (82.000 millones de euros).

Y quienes participan a título personal en este sistema, basado en intercambiar y compartir bienes y servicios, a través de plataformas electrónicas se embolsaron, según la Revista Forbes, más de 3.500 millones de dólares (2.580 millones de euros) en 2014.

Este tipo de economía ha hecho temblar a los grandes y a los tradicionales dueños de los diversos establecimientos comerciales. Ciertamente es una inusitada competencia, porque existen otros tipos de consumidores y como dice José Antonio Lorenzo, Director General de IDC España, “estamos ante consumidores con nuevas necesidades, formas de consumir y decidir, para los que la tecnología se ha convertido en parte de su vida”.

La crisis ha sido uno de los factores claves para el desarrollo de la nueva economía colaborativa. La necesidad de encontrar un espacio en el mercado, de expresar su apuesta financiera, de crear productos y servicios a la medida, han hecho que haya sido necesario innovar para desarrollar nuevos modelos de negocio.

Los analistas, hoy en día, afirman que una de las principales razones que han impulsado el desarrollo de la economía colaborativa han sido las tecnologías alrededor de las redes sociales y la movilidad.

Una vez que los usuarios ya están habituados a compartir contenidos e información personal través de plataformas online, el siguiente paso natural parece ser sacar provecho económico de esta incipiente comunidad de usuarios, aprovechando recursos propios infrautilizados, como el coche (Uber, BlaBlaCar), la vivienda (Airbnb), los sistemas de iluminación (Arquiluz), entre otros.

El mercado y el consumo han cambiado también. La innovación tiene que ser un componente del ADN del Ciudadano 2.0. Nuevas formas de hacer para obtener otros resultados y satisfacer otras necesidades.

La sociedad quiere cambiar la manera en que vive y aunque los ludditas contemporáneos, grupos conservadores renuentes a la tecnología, pensaron que los paradigmas del nuevo siglo serían más que costosos, que el empleo se esfumaría para siempre, subestimaron la capacidad del hombre para edificar nuevas relaciones productivas, incluso menos traumáticas, aburridas y coloniales y más autónomas, independientes y lucrativas.

Y bendita sea la infinita capacidad del hombre para generar formas autónomas, creativas y colaborativas, a través del infinito aporte de las nuevas tecnologías.

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