Jairo Gómez

Por Jairo Gómez*.-Dos procesos electorales en países vecinos revelan que los partidos o movimientos de izquierda vuelven a ser alternativa de poder y que la gente, cansada de tanta mentira e incumplimiento de promesas, mira con desdén a la derecha conservadora y comienza a recuperar confianza en las fuerzas progresistas que tuvieron su época dorada en la primera década del siglo XXI.

En Ecuador el triunfo del conservador Lasso, no obedeció a un respaldo partidista consolidado desde la derecha, se dio por dos razones: porque los ecuatorianos votaron por el menos malo de los dos candidatos y la revancha del voto en blanco indígena contra lo que llamaron el fraude en primera vuelta, que, sin duda, fue determinante en el resultado final.

En Perú la situación es bien distinta, aunque sorpresiva. El país Inca ha sido conservador y su fuente electoral está concentrada mayoritariamente en Lima, su capital, enclave que le ha permitido imponer su voluntad política. En ese contexto apareció de la nada Pedro Castillo, un profesor radical de izquierda con una propuesta incluyente: “¡Nunca más un pobre en un país rico!”. Desconocido logró dar la sorpresa en primera vuelta y por ende imponerse en la variopinta propuesta electoral. Su caudal de votantes, que no está en Lima, lo construyó en el otro Perú, el que ha padecido el desafecto del centralismo limeño.

Del otro lado, aparece Keiko Fujimori, con una investigación a cuestas por corrupción sobre el caso Odebrecht. Hija del autócrata que esterilizó a más de 250 mil mujeres, Alberto Fujimori, es poco apreciada en la misma clase política tradicional peruana, pero se da por descontado que logrará sumar a los nostálgicos del fujimorismo los otros votos conservadores concentrados en Lima. Se viene la segunda vuelta y el dilema es: izquierda o derecha. Seguramente la derecha se unirá pese a la sub júdice Keiko, y derrotarán a Pedro Castillo, un desclasado profesor sin pedigrí; porque allá, como en Colombia, la lucha de clases cuenta y también prevalecen los negocios y contratos.

Ese es el panorama en dos países vecinos que eventualmente puede incidir en el péndulo político colombiano de cara a las elecciones del 2022. No porque tengan un impacto sobre nuestra realidad política, sino porque en Colombia en el próximo debate electoral se puede presentar el mismo escenario que de alguna manera ya lo experimentamos en el año 2018.   

En ambos casos, tanto en Perú como en Ecuador, se expresó un cansancio de la ciudadanía con los poderes decididamente neoliberales con poco compromiso social y con un denominador común: la corrupción. Dos asuntos medulares que desnudó en toda su dimensión la pandemia y que los puso a patinar. Ese fantasma recorre a América Latina sin distingo ideológico y en el caso de Colombia también se repite, con un punto adicional, por cierto macabro y peligroso, el asesinato sistemático de líderes sociales, firmantes de la paz, indígenas y afrodescendientes, fenómeno que gravita en la espesa atmósfera de una violencia generada por las bandas de narcotráfico y organizaciones armadas ilegales que buscan el control territorial para garantizar la producción de cocaína y marihuana.

Ahora, volviendo a los resultados, lo que ocurrió en esos países el pasado domingo se puede replicar claramente en Colombia el próximo año si las fuerzas progresistas no toman la decisión de unirse. Sólo así es posible desbancar del poder a esta clase política tradicional corrupta. Desmontar los privilegios de las élites que han hecho gala de su poder económico para controlar la institucionalidad del país, acaparar la contratación pública y montar clanes familiares en las regiones que se apoderan de los dineros públicos para consolidar sus proyectos particulares.

La unidad es el camino, no hay de otra.  

Bogotá, D. C, 14 de abril de 2021

*Periodista. Analista Político

@jairotevi

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