Por Iván Duque Márquez.-Es doloroso enterarse de la muerte de un amigo, y mucho más cuando esa despedida del mundo de los mortales es súbita, inexplicable y semejante a un hurto que nos toma por sorpresa. La muerte de Ricardo Duarte hace pocos días es así, como si de la nada la eternidad nos despoja de un ser humano extraordinario para el que todos esperábamos más triunfos, éxitos y aportes.

Ricardo Duarte era uno de esos colombianos ejemplares, que dejó huella por donde transitó. Un viceministro de Desarrollo Industrial comprometido con impulsar sectores y empresas de clase mundial, un negociador comercial avezado, audaz, con criterio y carácter para lograr puntos que beneficiaran integralmente al país, un amigo generoso con el conocimiento, un abogado aferrado a los principios y un twittero que hacía de sus trinos una fuente de conocimiento y un destacado ejemplar de los ciudadanos que no tragan entero.

Hace poco tiempo, en el seminario empresarial de la Cumbre de las Américas, dialogué con Ricardo por última vez. Ahora se dedicaba a estudiar, escribir sobre competitividad, como nunca lo dejó de hacer, pero combinaba sus talentos académicos con su emprendimiento como consultor jurídico y promotor de la inversión de capital chino en nuestro país.

De esa charla que empezó con un tinto y se extendió por varias horas, me quedaron las ideas y las preocupaciones de Ricardo. Veía con dolor cómo se había deteriorado la situación económica y cómo la industria llevaba cinco años abandonada por un gobierno ‘de anuncios y pocos hechos’.

En su visión multidimensional del país no dejaban de aparecer propuestas para construir una política industrial enfocada en capitalizar mercados, ser más productiva, agregar valor tecnológico y de propiedad intelectual, y darle un vigoroso impulso a los emprendedores.

También era un placer hablar con Richard sobre Asia. Había vivido, trabajado y estudiado en Japón, manejando al dedillo la historia de los países del lejano Oriente y conociendo, como pocos colombianos, la cultura de negocios en una región llena de símbolos y enigmas.

Richard tenía claro que el futuro de nuestras exportaciones minero-energéticas estaban en China e India, y que no podíamos perder la oportunidad de fortalecer los vínculos comerciales de la mano con una gran promoción de la inversión en Colombia. Para él, Colombia debía aprender de la institucionalidad de Singapur y prepararse para capitalizar la expansión del Canal de Panamá, haciendo de nuestra patria una escala en el matrimonio de dos culturas.

Sus escritos, análisis y estudios académicos nos dejan valiosas enseñanzas, al igual que la frialdad contundente de sus críticas a las malas políticas públicas.

No hay duda que Ricardo Duarte hubiera sido uno de los mejores ministros de Comercio que conociera Colombia. Hace dos días, ante el llanto de su esposa e hijos, por quienes siempre expresaba su orgullo, sus amigos y colegas, recordé que la amistad con Ricardo era un regalo de conocimientos que contagiaba y motivaba.

Duele que Colombia haya perdido un ser inigualable, que predicaba pensar en grande y despreciar la mezquindad, una actitud que tanto nos hace falta.

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