Jairo Gómez

Por Jairo Gómez*.- La movilidad en Bogotá es un desastre: ciclo rutas improvisadas, motos por montones invadiendo andenes y calles en contravía; el transporte público haciendo el pare en donde se le da la gana; conductores de vehículos particulares estacionando también donde se les da la gana; y policías de tránsito escondidos tras los postes o las esquinas para sancionar, no para prevenir y, por su puesto, uno que otro exigiendo la “mordida navideña”.

Y qué decir de esas vías que técnicamente se conocen como “vías arterias” atravesadas por ciclo rutas improvisadas generando trancones insoportables (Avenidas 68 y Las Américas) que no son ninguna solución para los ciclistas, escasos ellos, y los pocos que transitan ven amenazadas sus vidas por moto conductores irresponsables.   

En medio de la pandemia, y no obstante el pico y placa, transportarse en Bogotá de norte a sur o de sur a norte y de oriente a occidente y viceversa es un desastre que se traduce en pérdida de tiempo y en un estrés insoportable que rompe con el equilibrio en la salud del ciudadano. Dirán funcionarios o expertos que esto ocurre en todas las urbes del mundo para justificar las interminables filas vehiculares, pero se les olvida una diferencia abismal: en esas ciudades del tamaño de Bogotá o más grandes existen alternativas de transporte como el metro que provee al ciudadano del común un traslado seguro y de calidad; esta ciudad no lo tiene.  

En ese contexto es que ahora la alcaldesa Claudia López le plantea a los bogotanos un “corredor verde” que nos lo define como un “diseño conceptual” por la carrera séptima que, en esencia, será una troncal de Transmilenio; como dice el dicho popular “el mono, aunque se vista de seda, mono se queda”. Como el mago, la alcaldesa sacó del cubilete una propuesta que nunca le conocimos en campaña y tampoco existe un proyecto serio, estudiado y consensuado con los ciudadanos.

Claro que la carrera sétima tiene que ser intervenida, ya es una vía vetusta y poco funcional en términos de movilidad, pero parece que a esta alcaldesa como a los anteriores alcaldes les quedó grande la vía, no supieron ni saben qué hacer.

Ahora, no me gusta que Claudia López, por quien voté, me engañe. Dijo claramente que no haría de la séptima una troncal de Transmilenio y todo parece indicar que hará todo lo contrario. ¿Cuál fue la alquimia que la hizo cambiar de idea? Debería explicárnoslo a los bogotanos y, en particular, a quienes habitamos por ese corredor vial tan importante.

Como Peñalosa la señora López insiste en los buses y entra en el negacionismo de buscar otras modalidades de transporte público como el tranvía al que descalifica con el banal argumento de que este sistema “bloquea las intersecciones”; no me crea tan pendejo como si esto ya no lo hubieran resuelto los países que se inventaron este sistema hace más de cien años, o como si las obras civiles no fueran lo suficientemente dúctiles para imaginarse un corredor sin obstáculos. Yo la invitaría a que se diera un paseo por esos países y escuche opiniones y no se quede con la del “lobista” y  “zar” de los buses, Enrique Peñalosa.

Recuerdo muy bien esa campaña que decía “la séptima se respeta” liderada por su hoy compañera Angélica Lozano, y que la puso entonces de edil de la localidad. Pues bien, creo que es hora de retomarla y hacer que se respete la séptima. La alcaldesa aprovechó la pandemia para embutirnos una ciclo ruta improvisada, sin estudios por la séptima y sin consultar la opinión de la comunidad; hoy esta vía es un caos.

Le auguro lo mejor a Claudia pero no me quiero imaginar esta ciudad en pocos años con una intervención de la séptima sin tener claro los propósitos de su reconstrucción y la avenida Caracas en pleno desarrollo del “métrico” elevado alimentador de Transmilenio.  Pobres los ciudadanos que vivimos en el corredor oriental de la ciudad, nos tocará llenarnos de resiliencia, porque la empatía se irá para el carajo.

Bogotá, D. C, 17 de diciembre de 2020

*Periodista. Analista Político.

@jairotevi

Comments powered by CComment