Jairo Gómez

Por Jairo Gómez*.- La fuerza de las armas criminales continúa pisoteando el derecho a la vida en Colombia. Esa violencia sigue dando resultados a los enemigos de la paz con el asesinato sistemático de líderes sociales, van 578 desde 2016, y de excombatientes de Farc firmantes del acuerdo de paz, van 245.

Para el Gobierno Duque este genocidio, como bien lo calificó monseñor Monsalve, no pasa de ser una cifra más y poco o nada se hace para evitarlo. Su ¿inocente? indiferencia reverbera en el poder de las pistolas del paramilitarismo, las disidencias de la guerrilla, el ELN y otras organizaciones ligadas al narcotráfico que imponen su voluntad sobre líderes sociales, indígenas, campesinos, negros y exguerrilleros y sus familias.

A la anterior tragedia agréguele las 79 masacres en el año 2020 en plena pandemia que dejan cerca de 340 colombianos y colombianas asesinados incluidos los indígenas, la etnia que más muertos ha puesto en este genocidio que no para. Esto, increíblemente, ocurre en un país que tiene 230.000 militares y 320.000 policías.

Pero Duque y el uribismo más preocupados por los resultados electorales en Venezuela y su proclividad al “comunismo”, miran con desdén su propia realidad. Tras esos ríos de sangre y un país afectado por una economía empobrecida y sin ingresos, el Gobierno anuncia una reforma tributaria en plena pandemia, causante sistemática de destrucción de empleos, para superar la crisis de ingresos en una economía ralentizada y con síntomas severos de recesión.

Pero la voraz ambición de este gobierno uribista, acompañado de conservadores, Colombia Justa y Libre, algunos o la mayoría de parlamentarios de Cambio Radical, el Partido Liberal y La U, se consume la poca esperanza de los colombianos con proyectos de ley contrarios a mitigar las cargas en tiempos difíciles e insisten en despojar de la salud a los colombianos consolidando el servicio en empresas privadas y sus EPS; dispondrá de una reforma laboral flexibilizando los despidos y fortaleciendo la tercerización del trabajo a través de las Órdenes de Prestación de Servicios con el argumento de que solo así se reactivará el empleo. Falso.

Ese es el escenario para 2022, ni más ni menos. No podemos negar que atravesamos un momento particularmente crítico que puede llevarnos al hundimiento de la poca democracia que nos queda o a una democracia renovada, por ello la discusión no es si existe o no “el centro”. Hasta Duque se monta en ese bus que no es otra cosa que la derecha gobernando como lo ha hecho siete décadas atrás, o es que ¿unidos a los presidentes del Frente Nacional, López, Turbay, Betancur, Barco, Gaviria, Samper, ¿Pastrana, Uribe uno y dos, Santos uno y dos y Duque para quién gobernaron o gobierna? Hay quienes aseguran que en Colombia “los gobiernos han sido centristas”, pero la realidad es otra: han gobernado, sin duda, para una derecha monocolor y excluyente integrada por poderosos empresarios, banqueros y terratenientes de la comarca.

En esa lógica, la pregunta es ¿qué tan reformista ha sido el centro en el método de los que gobernaron el país en 70 años? ¿Esa debacle que vemos hoy es responsabilidad única de esos gobiernos, o no? Entonces, ¿cómo haría el centro para reformar ese estado de cosas actuales que nos tienen en un clima insuperable de shoch? ¿Con reformas sí, pero no, o hacerlas moderadamente, consultando a ricos y pobres para llegar a un consenso? ¿Todo para evitar la confrontación ideológica con esa derecha de la que ellos han hecho parte en el pasado y no pisar callos? Porque todos sabemos que la derecha ama a Luis Carlos Sarmiento, es su Adam Smiht.

Ahora bien, veamos el otro lado de la moneda, la satanizada izquierda que nunca ha gobernado el país, pero a la que responsabilizan de la catástrofe, esa que comparan con Venezuela, pero no con España, por ejemplo, donde gobierna con acierto. La izquierda de Colombia hoy no es la izquierda dogmática de tiempo atrás, pero el solo hecho de plantear cambios estructurales a través de reformas urgentes, necesarias e incluyentes (como las que proponen Petro, Robledo, la Robledo, López y los que vengan) es, para los señores del centro la radicalización del discurso y la polarización, y para la derecha, repito, el castrochavismo muerto y vuelto a nacer.

Por supuesto que el debate no es estéril, pero hablar en la Colombia hoy de centro como única alternativa en un escenario de crisis ¿es el camino? ¿El país necesita de moderados o de reformistas radicales?, creo que los problemas que ahogan el futuro de los colombianos no dan espera; para la muestra un botón:

El colombiano de a pie sigue en la calle comiendo mierda a la espera de que se pague esa gran deuda social que se tiene con las clases pobres y miserables de este país, que la política recobre su ética, que la corrupción se robe el 10 no el 50 o el 70 por ciento, que se garantice educación de calidad y gratuita, que la salud no sea un privilegio, que tengamos acceso a instancias de poder y administración de la cosa pública en igualdad de condiciones, que la justicia sea para todos no para los de ruana, que el campesino vuelva a su lugar natural con oportunidades y que la tierra no siga siendo un instrumento de poder de terratenientes sino de progreso que nos garantice una soberanía alimentaria. Si esto es populismo, según el centro, apague y vámonos.

Bogotá, D. C, 9 de diciembre de 2020

*Periodista. Analista Político.

@jairotevi

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