Mauricio Cabrera Galvis

Por Mauricio Cabrera Galvis*.- El argumento más usado este año por el gobierno y los empresarios para justificar un aumento mínimo del salario mínimo es la necesidad de generar nuevos puestos de trabajo para superar el aumento del desempleo que nos ha dejado la pandemia. Es un argumento equivocado tanto en el diagnóstico que lo sustenta, como en las consecuencias que tiene aplicar esta receta.

El diagnóstico subyacente es la tradicional miopía ortodoxa que solo considera el salario como el precio de la mercancía trabajo, por lo cual su aumento lleva a que disminuya la demanda de trabajo y aumente el desempleo. No hay duda de que, al nivel micro, el trabajo es uno de los factores de producción, y por lo tanto su costo afecta algunas veces el precio de venta de los productos y la inflación, pero casi siempre lo que afecta es la distribución de las ganancias con el otro factor de producción, que es el capital de los dueños de las empresas. Pero esto es solo una cara de la moneda.

La otra cara es el papel que cumplen los salarios a nivel macro: son los ingresos de la mayoría de la población, que determinan su capacidad adquisitiva y, por lo tanto, la cantidad de bienes y servicios que pueden comprar, es decir lo que las empresas pueden vender. En otras palabras, los salarios son el principal determinante del consumo de los hogares, que a su vez es el principal componente de la demanda interna.

Desde esta otra cara de la moneda, un aumento generalizado de los salarios puede disminuir el desempleo porque para vender más las empresas tendrán que aumentar su producción y contratar más trabajadores para hacerlo. Fue lo que descubrió Henry Ford cuando decidió subir de 3 a 5 dólares el salario de los trabajadores, lo que les dio la posibilidad de comprar los carros que producían, con lo que se aumentaron las ventas y las utilidades de Mr. Ford.

Como en economía no hay verdades absolutas, es indispensable analizar cuál de las distintas teorías es más aplicable a cada situación concreta. Ese análisis nos lleva a la conclusión de que en las actuales circunstancias es posible y necesario un mayor aumento del salario mínimo sin que se acelere la inflación ni aumente el desempleo.

En efecto, el principal problema de la economía colombiana hoy es la debilidad de la demanda. El PIB se ha contraído 8% porque la gente se quedó sin ingresos para comprar y las empresas han tenido que despedir a millones de trabajadores no porque los salarios fueran muy altos sino porque disminuyeron sus ventas. De hecho, con el subsidio del PAEF el gobierno asumió una parte del costo de la nómina, pero aún así muchas empresas no han podido reenganchar trabajadores y solo lo hacen cuando aumentan sus ventas.

En el mundo real la primera pregunta que se hace un empresario, grande o pequeño, ante la posibilidad de contratar un trabajador es ¿lo necesito para aumentar mi producción, o para mejorar la calidad de mis productos y servicios y así poder vender más? ¿Tengo clientes que me compren? Solo si esta pregunta tiene una respuesta positiva se plantea la segunda, ¿cuánto me cuesta contratar ese trabajador? Y lo que ese empresario le diría al economista que quiere explicarle cómo funciona el mercado laboral es sencillo: ¡Es la demanda, estúpido!

Cali, 6 de diciembre de 2020

*Filósofo, Economista. Consultor.

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