Jorge Enrique Robledo

Por Jorge Enrique Robledo*- Aunque algunos lo nieguen, como Donald Trump, hay pruebas científicas de sobra para demostrar que la tierra sí se está calentando. Y ese cambio del clima provoca graves daños, como que zonas costeras queden por debajo del nivel del mar, modificaciones en los ciclos del agua con inundaciones o sequías, pérdidas de áreas de cultivo y nuevas enfermedades o agravamientos de las actuales en plantas, animales y personas.

El calentamiento global lo causan los Gases de Efecto Invernadero (GEI), en especial dos: el dióxido de carbono (CO2), generado por la quema de combustibles fósiles –petróleo, carbón– en las termoeléctricas, el transporte y la industria. El otro gas es el metano que emiten el ganado y el descongelamiento del permafrost, que además expele CO2. Y son parte importante del problema la deforestación y su conversión en pasturas, porque selvas y bosques actúan como sumideros de carbono, es decir, atrapan el CO2 que de otra manera iría a la atmósfera, reduciendo así el aumento del efecto invernadero que calienta la tierra.

El debate se centra entonces en qué hacer, tanto con las causas del cambio climático como con sus efectos, dos problemas relacionados pero diferentes que deben ser atendidos al mismo tiempo, para lo cual hay que conocer y entender las cifras globales y las de cada país.

El grupo de los 20 países con economías mayores aporta el 80 por ciento del total de los GEI y entre EEUU, la Unión Europea, China, Japón y Rusia ponen el 48 por ciento, en tanto Colombia apenas emite el 0,32 ciento, según el Banco Mundial. Detallando, cada norteamericano aporta al año 19,38 toneladas de esos gases, un alemán 11,44 y un colombiano 3,47. Si reducimos entonces a cero nuestra contribución a los GEI por generación de electricidad y transporte –cosa en realidad imposible de lograr–, el 0,32 por ciento apenas bajaría a 0,31 y 0,28, respectivamente, verdades que demuestran que somos más víctimas que causantes del problema. Y es importante saber además que el 50 por ciento del aporte de Colombia a los GEI viene de sus áreas rurales, en particular de la deforestación y los pastizales, al reducir el área de los sumideros de carbono.

El senador Gustavo Petro, en un trino, señaló que era un “error” de mi parte el mencionado 0,32 por ciento de GEI de Colombia porque a esa cifra había que sumarle, dijo, los GEI que “emiten en otros lugares del mundo sus exportaciones de carbón y petróleo”. Pero esa afirmación no resiste análisis. Porque es equivocado contabilizar dos veces la misma emisión, allá y aquí, y porque si el país deja de exportar combustibles fósiles, otros lo reemplazarán. Es innecesario exagerar la gravedad del problema y hacerlo puede llevar a errores en lo que debemos hacer.

La otra verdad que debe conocerse es de signo positivo. Han caído en forma notable los costos de generar electricidad con energía solar y eólica, que no producen CO2, y de usar vehículos eléctricos, que no consumen o lo hacen en bastante menor medida combustibles fósiles. Según la Agencia Internacional de Energía (AIE), el costo de producir el kilovatio hora con energía solar se ha reducido de 0,38 a 0,03 dólares, en tanto el de la eólica ha disminuido de 0,09 a 0,05. Según esta agencia, la energía solar fotovoltaica es la “fuente de electricidad más barata de la historia”. Y entre 2010 y 2020, las baterías para los vehículos cayeron de 650 dólares el kilovatio hora a 150 y deben bajar a 80 para 2025.

La mala noticia es que los países que más GEI le aportan al calentamiento global no están reduciendo sus emisiones al ritmo que prometieron. Y no lo hacen a pesar de que ellos, los más grandes productores de GEI por su mayor desarrollo y por los altos niveles de vida de sus habitantes, son también los que tienen más capacidad de gasto público. Mientras que ese gasto es de solo 1.866 dólares por habitante al año en Colombia, llega a 22.092 en Estados Unidos –casi 12 veces más–, a 17.275 en el Reino Unido y a 14.377 en Japón, por ejemplo.

El análisis del conjunto de estas cifras me lleva a proponer que Colombia actúe –sin olvidar que sus flacos recursos públicos son más escasos por la pandemia–, al mismo tiempo, en las dos partes del problema: reducir sus GEI y mitigar los efectos del calentamiento, su mayor urgencia, porque sus perniciosos efectos ya están ocurriendo. En cuanto a los GEI, lo que más puede aportar y a menor costo presupuestal es reducir la deforestación de la Amazonia y el Pacífico biogeográfico. Y nada se resolverá a nivel mundial ni en Colombia si los países que más GEI producen no los recortan, por lo que el presidente de la República debe unirse a una cruzada mundial para que estos cumplan con sus deberes globales.

Bogotá, 5 de diciembre de 2020.

Senador Por la Dignidad

@JERobledo

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