Jairo Gómez

Por Jairo Gómez*.- “Sicario… Sicario… Sicario…” le espetaba con ira e intenso dolor desde su curul, arropado con la soberbia de su bancada de 18 senadores, el expresidente Álvaro Uribe al líder de la oposición Gustavo Petro, tras una recia confrontación política en torno a las objeciones presidenciales a la ley estatutaria de la JEP.

Me sorprendió la reacción del líder del Centro Democrático, un hombre hecho en la confrontación política y curtido en el debate ideológico. Desdice de su temple de exgobernante que apele a la descalificación para deslegitimar al contradictor con insultos, sin otro argumento que el de invocar de nuevo la guerra como fórmula para dirimir las diferencias: “prefiero 80 guerrilleros en armas a un difamador moral”.

No es estimulando los vientos de guerra como se construye el debate político; tampoco ignorando deliberadamente la institucionalidad para descuadernar el país más de lo que está; bienvenida la controversia, pero no el agravio para desprestigiar a quienes hoy ostentan sus curules en el Congreso producto de un acuerdo de paz; esos exguerrilleros y exguerrilleras le han cumplido al país y hoy desde ese compromiso hacen la política sin armas, respetando las reglas que les impone la democracia. 

Lo ocurrido para bien del país en el Senado no fue una gresca y tampoco un intercambio verbal como quisieron descalificar los medios de comunicación el debate Uribe-Petro para quitarle validez a una polémica seria y de fondo que desnudó dos visiones de país: la autoritaria, refractaria a los cambios; y la que convoca a superar el conflicto interno bajo la égida de cimentar los cambios de Colombia sobre la base de reconocer las causas del conflicto y encontrarles una solución que neutralice la repetición y la revictimización de las víctimas.

No es satanizando el debate como se construye un espacio para la controversia política que se fundamente en los problemas de la nación; controvertir el modelo de país que se nos quiere imponer a través del Gobierno Duque tampoco es polarizar, es abrir una discusión amplia y sin tapujos; el debate sobre las objeciones presidenciales fue un buen vehículo para descubrir el proyecto de país que nos propone una facción política –el Centro Democrático- que busca trascender estos cuatro años en el poder bajo una marca indeleble: mantener intacto el statu quo.

Es incuestionable que ellos –el Gobierno y el CD- están jugados con un “Plan Nacional de Desarrollo. Pacto por Colombia, pacto por la equidad”, evidentemente excluyente y con claros propósitos para favorecer privilegios. La otra orilla -la centro izquierda- aborda críticamente ese proyecto confrontándolo con los beneficios del acuerdo de paz, que no es la panacea, pero sí la línea de discusión más adecuada para que se puedan debatir los problemas más urgentes que requieren una solución que no da espera.

Esos son los dos modelos de país que están en juego para los próximos años: Duque y sus copartidarios del CD quieren perpetuar el actual estado de las cosas sin que se les toque una coma, y para ello están utilizando las artimañas más insospechadas para desacatar las cortes y sus fallos, desprestigiar y hostigar constantemente a la JEP para evitar a toda costa la verdad sobre quienes fueron los responsables de esta guerra que nos dejó más de 220.000 muertos. Quieren, pero no van a poder diseñar el viejo Frente Nacional que sirva de cómplice a semejante despropósito. Los colombianos no queremos que la guerra nos vuelva a pisar los talones.

A ese proyecto de país es que tienen que responder con inteligencia, pero con una buena dosis de pragmatismo las fuerzas alternativas si quieren romper un proyecto político que, repito, busca trascender los cuatro años en el poder. Esa es la disyuntiva, derrotar al viejo país o construir uno nuevo, donde quepamos todos. Los españoles lo hicieron el pasado domingo.

Bogotá, 30 de abril de 2019

*Periodista y Analista Político.

@jairotevi

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