Clara López Obregón

Por Clara López Obregón*.-El último día del año viejo, Samuel Hoyos, el novel candidato del uribismo a la alcaldía de Bogotá, hizo su presentación ante los medios de comunicación. 

Propone convocar una coalición para derrotar el populismo y la corrupción que según él representan los 12 años de gobiernos de izquierda en la capital de la república, haciendo gala de un facilismo que ahorra pensar. 

El profesor Wasserman escribió una interesante columna en la que delinea las normas básicas de la deliberación democrática. La primera consiste en ser capaz de replantear el argumento del contrario de tal manera que pueda afirmar: “Yo no lo habría podido decir mejor.” La segunda, sacar de ese esfuerzo alguna lección o aporte a la posición propia. Representan el principio de honestidad intelectual tan necesaria para el debate en el foro público. La tercera regla exige a los interlocutores argumentar con hechos, razones y datos verídicos para ofrecer al público una visión completa, sin distorsiones, que permita a cada cual decidir por sí mismo, sobre bases ciertas y sin ser presa de la desinformación, las falsas noticias y el miedo. Encarna el principio del respeto al elector. 

Es de lamentar que un joven debute en el debate electoral con las viejas mañas de sus mayores. La deliberación democrática requiere ideas y propuestas en lugar de la repetición de noticias falsas convertidas en consignas para promover la estigmatización como la que se generalizó tan peligrosamente en el gobierno del expresidente Uribe. En ese prolongado mandato se dieron las escuchas ilegales conocidas como “chuzadas,” así como las provocaciones y las descalificaciones desde los servicios secretos del Estado y de la voz del propio primer mandatario, contra sus contradictores y las cortes que se atrevieron a no hacer su mandar. ¿Cuántas vidas costó esa intemperancia y cuánta desinstitucionalización?  

Sin lugar a dudas, en el gobierno de Samuel Moreno se produjeron serios hechos de corrupción que la justicia ha examinado a fondo. Pero ni la generalización de que la izquierda es toda corrupta, ni la contraria, que el uribismo es prístino y pureza, resisten el examen de veracidad. Lo que está fuera de lugar es defenderse de la justicia acusándola de incurrir en persecución política, cuando se trata de copartidarios, y pretender enlodar a colectivos enteros de gente honesta con estigmas que les roban su individualidad y honra. 

Con algo de exageración, el senador Jorge Enrique Robledo expresó en su momento: en la izquierda la corrupción es la excepción, en los partidos tradicionales, la regla. Yo aclararía, para no incurrir en lo que critico, que la corrupción es prevalente en la vieja política de los viejos y nuevos partidos tradicionales, como lo han mostrado los escándalos de la parapolítica y la mermelada que ahora el Centro Democrático busca constitucionalizar en la reforma política. También, que los partidos de izquierda deberíamos ser más autocríticos sobre la corrupción. Este cáncer es un fenómeno que la sociedad toda debe eliminar de su seno con el apoyo comprometido de todos los partidos.

Respecto del populismo, el debate también es de fondo. Yo diría que lo que distingue a la democracia de la demagogia es la sostenibilidad fiscal y, desde luego, los resultados. En 2011, cuando fui designada alcaldesa para terminar el periodo de Samuel Moreno, cuando iban ocho años de izquierda, Bogotá obtuvo grado de inversión y calificación AAA en sus finanzas. En ese contexto de finanzas sanas, los gobiernos de izquierda lograron la gratuidad en la educación pública, el mínimo vital de agua potable para los más vulnerables, un nuevo y completo esquema de vacunación, entre otros logros sociales que contribuyeron a una mejora sustancial en la calidad de vida de la población. 

En efecto, en esos 12 años de izquierda, la pobreza en Bogotá se redujo a menos de la tercera parte: del 32,1 por ciento en 2003 al 10,1 por ciento en 2015. La tendencia a la baja se revirtió en el gobierno Peñalosa que cuenta con el respaldo del Centro Democrático. Para 2017, en solo dos años, ya se había elevado al 12,4 por ciento de los bogotanos. 

Despachar semejante mejora social como populismo, es por decir lo menos, deshonesto intelectualmente. No. Así no es la cosa.

Bogota, D, C, 2 de enero de 2019

*Precandidata a la Presidencia y Excandidata a la Vicepresidencia de Colombia. Exalcaldesa de Bogotá y Exministra de Trabajo.

 
 

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