Juan Fernando Londoño

Las reformas políticas generan incertidumbre. Es normal que la gente se preocupe cuando le cambian las reglas de juego, y esto es válido en cualquier actividad humana.

Peor aún en la política, porque implica cambiar las reglas para conseguir el poder y las formas de ejercerlo. Con la eliminación de la mermelada nacional, el presidente Duque ya realizó una reforma política y la incertidumbre que ha generado ha sumido el país en la confusión.

Durante décadas la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo se basó en el chantaje mutuo. No es cierto que el Congreso fuera acá el victimario, por el contrario, los gobiernos usaron su capacidad de manipulación para tener unos parlamentarios sumisos y resignados. El partido del presidente, como lo ha denominado Fernando Cepeda, no es más que el partido de la mermelada. La política en Colombia se había vuelto una actividad bastante predecible con dos carácterísticas centrales: los proyectos de ley que importaban eran los del ejecutivo (el único capaz de pagar canonjías a cambio de los votos) y segundo, los problemas se arreglaban con leyes (porque el Congreso era el sitio donde más facilmente se podía actuar).

El país se acostumbró a que la respuesta de los gobiernos a los problemas fuese el anuncio de una iniciativa legislativa. No importaba cuál fuese el problema, ni cuál el presidente, la solución siempre estaba a mano: redactar un proyecto de ley, enviarlo al Congreso, y asegurar que las mayorías lo aprobaran a cambio de su buena porción de mermelada. Como consecuencia tenemos un país lleno de normas, uno de los congresos más prolíficos del mundo y una opinión pública (especialmente los medios de comunicación capitalinos) concentrada en lo que sucede entre el Congreso y el presidente.

¿Y la realidad? Bueno, la realidad pocas veces se notificó de este juego. Cuando se tiene la oportunidad de viajar al exterior es fabuloso sentirse orgulloso de tener legislación de avanzada en casi todas la materias (¿habrá algún tema sobre el cual no hayamos legislado?) y ser un país que ha suscrito casi todos los tratados internacionales. Pero los resultados de todo eso se diluyen en la medida que el país se va hacia la periferia, donde los resultados van desde el famoso “esa ley por acá no pegó” hasta el simple desconocimiento de la norma y en la mayoría de los casos funcionarios y ciudadanos tratando de vivir al margen de las normas, o acomodándolas a su realidad o a su conveniencia. Las dos Colombias de las que tanto se habla son el resultado de esto, un centro dedicado al juego de resolver los problemas a punta de leyes y una periferia tratando de vivir con ellas, sin ellas o a pesar de ellas.

Como consecuencia de este modelo de gobernabilidad, los ministros pasaban más tiempo atendiendo al congreso que resolviendo los problemas del sector, más ocupados con los asesores jurídicos para discutir y tramitar las leyes que con los ingenieros, economistas y equipos encargados de implementar las políticas. De otra parte, los congresistas, en lugar de ocuparse de la lectura de las leyes para garantizar una sana discusión, se empeñaban en juegos de dilación: demorar el nombramiento de ponentes, demorar la ponencia, demorar la publicación, demorar el agendamiento de la discusión y hasta demorar la conformación del quórum, todo en espera de una llamada del ministro para cobrar la respectiva extorsión.

El presidente Duque ha decidido cambiar todo esto, y empezar a cimentar una política moderna, como la de los congresos de los países desarrollados. Eliminar el intercambio de favores para el trámite legislativo es un cambio trascendental y con claras consecuencias.

En primer lugar, la labor de los ministros es asegurar que su sector funcione, y garantizar que las políticas públicas se implementen, por eso, por primera vez no tenemos un inicio de congreso inundado de iniciativas legislativas. Si las cosas salen bien vamos a tener, por primera vez, ministros más enfocados en las políticas que ocupados con los políticos.

El problema es que del otro lado, de parte de los partidos y los congresistas, e incluso de muchos periodistas y líderes de opinión, reina la confusión. No estaban preparados para un cambio en las reglas de juego pues nadie le creyó al presidente su promesa de campaña de terminar la mermelada. Asumieron que una vez en el gobierno, las cosas serían como siempre, con el agravante que las reelecciones de Uribe y de Santos sacaron la mermelada de sus justas proporciones.

Lo que el presidente Duque ha hecho es cambiar las reglas del juego que marcaron y caracterizaron la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo, y este último aún no sabe cómo reacccionar, porque para reaccionar ante el nuevo escenario se requieren partidos, y los partidos no se hacen con leyes, sino con ideas, prácticas y ejercicios políticos al interior de los mismos. La nueva situación requiere partidos más programáticos, que sean capaces de decirle a la opinión pública qué es aquello en lo que creen y qué es aquello que defienden y actuar en consecuencia. Los partidos tienen que conectarse con las nuevas realidades de la sociedad colombiana, o resignarse a languidecer y perecer. Sin mermelada vuelve a tener relevancia el debate de ideas. Si antes no importaba lo que dijeran los parlamentarios, porque al final los cuadraban para votar por el gobierno, en este nuevo escenario los poderes de convicción y discusión de lado y lado van a ser esenciales.

La primera reforma política ya la hizo el presidente, el problema es que no hemos dimensionado sus implicaciones.

Bogotá, D. C,  27 de septiembre de 2018

*Exviceministro del Interior.

 

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