Por Amylkar Acosta.-Es necesario llamar la atención sobre una doble  paradoja que acusa el sistema alimentario en el mundo: por una parte, mientras millones de personas no tienen poder adquisitivo que les permita comer y miles de millones no consumen los nutrientes necesarios para tener una vida saludable, en la otra cara de la moneda nos topamos con el hecho de que 1.300 millones de seres son clasificados como obesos o sufren sobrepeso. Como lo afirma John Kenneth Galbraith, “más personas mueren por comer demasiado, que por comer poco”.

De otra parte, las prácticas agrícolas más generalizadas siguen siendo altamente ineficientes y sobre todo atentatorias contra la sostenibilidad ambiental. En no pocos casos la ampliación de la frontera agrícola se ha venido dando a expensas de los bosques tropicales, que se han visto literalmente arrasados, lo cual contribuye en un 12% del calentamiento global, fenómeno este que como ya vimos afecta también la seguridad alimentaria.

No deja de ser además de impresionante un mal síntoma de inequidad el hecho de que en el mundo se pierdan o desperdicien entre un cuarto y un tercio de la producción de alimentos para el consumo humano; se calcula que 2.000 millones de toneladas de alimentos (50% de lo que se produce) nunca llega a la mesa de los consumidores y de lo que llega aproximadamente el 40% termina en la cesta de la basura. En la Unión Europea, por ejemplo, se tira a la basura la mitad de los alimentos que se compran, al tiempo que 79 millones de personas permanecen por debajo de la línea de pobreza y 16 millones mendigan la caridad.

En EEUU se desperdicia el 40% mientras 40 millones de pobres se ven a gatas para procurarse el sustento diario. Se estima que los alimentos desechados por los estadounidenses cada año equivalen a los US $165.000 millones y, según la FAO  “sólo” US $44.000 millones anuales serían suficientes para erradicar el hambre en el mundo. Por ello, concluye la FAO que “este es un asunto de conciencia social, de freno al consumismo, de racionalidad, de prioridades y, por sobre todo, de voluntad política”. No es extraño, entonces, que el Nobel de Economía Amartya Sen sentenciara que “las causas de las hambrunas son políticas”. Como lo sostuvo una el ex director General de FMI Dominique Strauss, antes de caer en desgracia, esta “combinación peligrosa que puede ser  la semilla para desestabilizar sistemas políticas”.

Y aquí en nuestro país, para no ir más lejos, resulta irritante saber que mientras nos lamentamos del hambre y la desnutrición de los humanos por falta de acceso a la ingesta alimentaria, se gasta $700.000 millones anuales en procurarle alimentación a 4.3 millones de perros y 1.4 millones de gatos que sirven de mascota. Adicionalmente se gastan $23.134 millones entre suplementos dietéticos, productos de cuidado, arena para gatos y juguetes caninos, entre otros. Mientras tanto, según la Encuesta Nacional de Situación Nutricional (ENSIN), el 42% de los colombianos se alimenta mal, en el sentido que por fuerza de las circunstancias por falta de ingresos le toca prescindir de por lo menos una de las tres comidas diarias. Esta es otra manifestación más de la desigualdad e inequidad que caracteriza a la sociedad colombiana.

Hay otra manifestación de estas anomalías propias de la aldea global en la que habitamos todos sobre la cual queremos llamar la atención. En efecto, el mundo se debate entre la bulimia y la anorexia, trastornos estos que pueden conducir hasta la muerte de quienes los padecen, una de cada cinco personas que la padecen son víctimas fatales de este flagelo del siglo XXI. No pocas veces se llega a estas situaciones extremas que ponen en riesgo la salud misma por la moda y el afán de imitar a personajes de pasarela. Es increíble pero cierto que en Colombia la bulimia y la anorexia causan más muertes que todas las enfermedades cardiovasculares juntas. Por ello y ante la creciente presión de los afectados, la Corte Constitucional se vio precisada a ordenar a las entidades prestadoras de salud incluir en sus planes obligatorios su tratamiento integral (T – 094 de 2011), por considerar que esta enfermedad y su prevalencia tiene un componente sicosomático. Estos contrastes hieren la sensibilidad humana y causan estupor.

Barcelona, marzo 14 de 2015

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