Por Giovanni Décola.- Los colombianos somos esclavos de la violencia, de la corrupción y de la injusticia social. Y pareciera que esta situación nos encantara.

Cuando Simón Bolívar, iniciaba su gesta libertadora, la mayor oposición, la encontró en sus propios hermanos latinoamericanos. Muchos querían seguir bajo el yugo de la dominación española. El miedo a lo nuevo, los entumecía. La respuesta a su sueño libertario, era tildarlo de rebelde, loco, irresponsable. “Sin los españoles, seríamos unos despreciables indígenas”, le gritaban. El resto de la historia, ya la conocemos.

Cuando el Presidente José Hilario López, sancionó la ley segunda de 1851, por medio de la cual se declaró la libertad de todos los esclavos en Colombia, quienes mayormente se opusieron a la ley, quien lo creyera, fueron precisamente los mismos esclavos, a quienes sus amos, le repetían una y otra vez, que, si se les declaraba libres, iban a ser convertidos en despreciables indigentes. Y la gran mayoría de los esclavos así lo creyeron.

Muchos años después, la historia parece repetirse. Hoy, un hijo del pueblo, llamado Gustavo Petro, quiere abrirnos los caminos y romper las cadenas que nos atan como esclavos de la violencia y de la corrupción, para hallar nuestra tercera libertad y empezar a transitar los senderos de la justicia social.

Pero nuestra clase dirigente, empresarial y política, untada hasta los tuétanos de la violencia y corrupción, nos dice que, si gana Gustavo Petro, nos convertiremos en otra Venezuela y pronto vamos a ser unos despreciables castrochavistas, propagadores de odio. Y los esclavos modernos de hoy, así como los de ayer, también se lo creen.

Compatriota, si de verdad, estás hastiado de la violencia y corrupción que nos carcome, tenemos una oportunidad histórica, de poner fin a décadas de ignominia, y derrotar a esa corruptela que hoy se ha juntado en un aquelarre de intereses nauseabundos y mezquinos, cuyo único propósito, es sepultar el sueño de un pueblo que agoniza ante la falta de oportunidades y se ahoga en un mundo de deudas, cuyos acreedores, pretenden engañarnos, una vez más, con el cuento trasnochado de que “el futuro es de todos”.

Nos invitan nuevamente al futuro, los mismos de siempre, a quienes solo a ellos, el futuro les sonríe. Con tal de mantenernos como sus nuevos esclavos, no se inmutan al juramentarse nuevo y eterno amor; así antes se hayan hecho acusaciones mutuas de narcotraficante, paramilitar, corrupto, dictador, o las más tiernas de Gaviria a Uribe: “Mentiroso, mentiroso, mentiroso”. Ni se sonrojan, cuando entregan unos principios y banderas, si es que las tenían, a cambio de un pedazo de esa gran torta, llamada burocracia y presupuesto.

Otro hijo del pueblo, llamado Jorge Eliécer Gaitán, nos advertía, que él no era un hombre, sino un pueblo, y el pueblo es superior a sus dirigentes. Hoy el pueblo se llama La Colombia Humana, y su líder Gustavo Petro. Sólo votando por él, demostraremos que, si somos superior a los dirigentes, y no como dijera el mismo caudillo: “Una multitud anónima de siervos”.

Decía Dante Alighieri en su obra La Divina Comedia: "Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral". La abstención o el voto en blanco, en esta ocasión, no es más que una forma soterrada, de apoyar a nuestros verdugos.

Gustavo Petro, ya hizo lo suyo: arrinconó a todos los corruptos de Colombia en un solo lugar. Nos falta a nosotros, darles su estocada, votando en contra de ellos.

Tal vez, Petro nos genere dudas y hasta temores, pero prefiero mil veces, darle mi voto a la esperanza, que seguir siendo esclavo de mis miedos.

Para los corruptos de ayer y de hoy, el único día, que no soy un despreciable indigente, es cuando voto. Ese día, que tampoco cuenten conmigo.

Colombiano, te invito a soñar: ¿Qué tal, que le dejemos servida la torta?

¡Puede ser nuestra, si votamos por la tercera libertad!!!

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