Por Jairo Gómez.- En el uribismo no hay transparente voluntad de paz; su maniobra es una estrategia electoral abroquelada en el desprestigio ideológico de los acuerdos.

Con la negociación de paz, a la final, lo que se busca es que las FARC dejen las armas y vengan a hacer política bajo las reglas de la democracia.

Que lo que querían imponer a través de las balas ahora lo hagan buscando los votos y, si los favorecen en las urnas, pues que pongan en práctica su modelo de gobierno, ese es el juego democrático. Así ganó el No.

Pero no se puede exigir, como lo sugiere el Centro Democrático y parte de la sociedad, que el “partido de las FARC” se abstenga de hacer política de acuerdo con sus convicciones ideológicas, eso sería volver a la violencia.

En el pasado el proyecto político que llevó a la presidencia al hoy senador Uribe, fue su propuesta antiterrorista –“antifarc”-, y sobre la base de exterminarlos militar y políticamente convenció a un electorado hastiado por la presencia insurgente. Fue el antagonista perfecto, incluso, para buscar la reelección.

Tras ese resultado, positivo para sus aspiraciones, ahora el expresidente Uribe busca un nuevo pretexto electoral que le permita labrar en el imaginario de la gente el temor a cualquier proceso democratizador. Y, desde ya, se propone construir un mensaje a muerte contra otro demonio: el marxismo-leninismo representado en las FARC.

En recientes entrevistas le he escuchado al senador Uribe, repetir una y otra vez, su preocupación por lo que representa ese grupo insurgente en términos políticos y, para sembrar el miedo, con contundencia lo asocia al “castrochavismo”, y a las tesis marxistas-leninistas.

En su acostumbrado tono clerical colmado de diminutivos, decía en una reciente entrevista radial: “leía yo lo que escribió las FARC producto de la conferencia del Yarí toda la reivindicación de su agenda marxista-leninista y me daba pánico que, por el futuro de este país, no se le hagan reformas de fondo a los textos de La Habana”.

Vaya sorpresa, resulta que ahora las 297 páginas no son solo impunidad sino un manual de extrema izquierda que el presidente Santos, con membrecía en el politburó uribista, negoció con las FARC.

Salta a la vista la estrategia electoral del Centro Democrático cuando recoge la pita y cuestiona, incluso, temas por fuera del acuerdo como la ley de restitución de tierras. Uribe se mueve en un parque ideológico conservador y excluyente del que no quiere que el país evolucione un ápice, por eso hablar de derechos de la víctimas, de la verdad, de la participación política y de devolverle al campesino despojado sus tierras, le da “pánico”.

El dibujo básico con que el Centro Democrático describe el acuerdo de La Habana revela el desprecio que siente hacia el proceso de paz y su deliberada resistencia al cambio institucional, y para potenciar esa postura política se apoya, maquiavélicamente, en los hábitos tradicionales y continuistas que representan los grupos religiosos y, en muchos casos, una sociedad desinformada.

En conclusión, en el uribismo no hay transparente voluntad de paz; su maniobra es una estrategia electoral abroquelada en el desprestigio ideológico de los acuerdos.

 

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