Por Amylkar Acosta.-Con la firma del Acuerdo final en La habana el pasado 24 de este mes, los colombianos empezamos a sintonizarnos con el futuro que nos habrá de deparar, estamos ahora en modo paz. Resultó providencial que la fecha de la realización de la Cumbre do Gobernadores coincidiera con el Día después de este magno acontecimiento. Al decir de Federico Engels, hay años en los que sólo transcurren días de historia y hay días en los que transcurren años de historia, estos últimos días han sido de esos cargados de años de historia. Cómo no evocar en este momento las palabras con las que concluyó su discurso de posesión el ex presidente Cesar Gaviria el 7 de agosto de 1990: “colombianos y colombianas bienvenido(a)s al futuro”!

Con la firma del Acuerdo final el día de ayer concluyen las negociaciones que se prolongaron por espacio de tres años y medio, para dejar atrás más de 52 años de confrontación armada por la que el país nacional ha pagado un alto precio en vidas humanas. Firmado este Acuerdo, gramaticalmente no estamos hablando de un punto seguido, ni siquiera de un punto aparte, sino de un punto final a la pesadilla en que se les convirtió esta guerra a los colombianos, que sin distingo de raza, credo o religión la hemos padecido, directa o indirectamente.

Bien dice Adriana La Rota que “con todo lo que abominamos esta guerra, nos cuesta trabajo imaginarnos vivir sin ella…Frente a la disyuntiva de un pasado horrendo pero conocido y un futuro incierto que exigirá algo nuevo de cada uno de nosotros, el miedo está jugando un papel. Entendamos eso y no dejemos que sea el miedo el que tome la decisión”. Es entendible, entonces, que no sean pocos quienes, como en la Ley de la atracción, se aferran al pasado como el náufrago al madero y prefieran seguir llorando sobre la sangre inútilmente derramada.

Ya que se nos abre la oportunidad de escapar de esa realidad pavorosa que fue (¡qué lindo pretérito!) la guerra con las FARC miremos fijamente a ese horizonte promisorio que nos invita a desbrozar nuevos caminos de paz y esperanza, en lugar de seguir mirando hacia atrás, no vaya a ser que se repita el pasaje bíblico en que la mujer de Lot por hacerlo terminó convertida en estatua de sal. Con este Acuerdo, como lo afirmó en su discurso de posesión el Presidente Santos el 7 de agosto de 2010, se sentarán “las bases de una verdadera reconciliación entre los colombianos”. Se lo propuso el Presidente Santos, insistió, resistió y persistió, se jugó todo su capital político para lograr este Acuerdo y lo logró, para beneficio de todo(a)s lo(a)s colombiano(a)s. Definitivamente, quien persevera alcanza. La paz que ahora nos disponemos a construir se fundamentará en la verdad, la justicia y la reparación, que son la piedra miliar de una paz estable y duradera, que es a la que aspiramos, no nos transamos por menos.

No obstante, como lo afirma magistralmente el escritor William Ospina “al final de las guerras, cuando estas se resuelven por el diálogo, hay un momento en que se alza el coro de los vengadores que rechaza el perdón, que reclama justicia. Pero los dioses de la justicia tenían que estar al comienzo para impedir la guerra. Cuando aparecen al final, sólo llegan para impedir la paz. Después de una guerra de 50 años, es tarde para los tribunales”. Qué le vamos a hacer. La Justicia que esperan las víctimas, además de conocer la verdad sobre la suerte de sus seres queridos, unos muertos y otros desaparecidos, es su atención y reparación, más que la severidad de las penas a sus victimarios, que poco o nada contribuyen a ello.

El Sumo Pontífice Pablo VI dijo en la Encíclica Populorum Progressio que “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. Por su parte el Papa Juan Pablo II afirmó acertadamente “que nadie se haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aún siendo deseada, sea sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz sino viene acompañada de equidad, verdad, justicia y solidaridad”. Están en lo cierto y esa es la importancia que reviste el Acuerdo suscrito: abre las posibilidades para la más profunda transformación política, económica, social y ambiental de nuestro país.

Saludamos el advenimiento de este nuevo escenario, el del post-acuerdo, que deberá pasar primero por el cedazo de la refrendación popular del Acuerdo final a través del Plebiscito próximo a convocarse, en el que, como lo sostiene el Padre Francisco de Roux, “lo que está en juego no es el futuro del Presidente Santos, ni el futuro político del ex presidente Uribe, ni el futuro del ELN, ni el futuro de las FARC, sino la posibilidad de que podamos vivir como seres humanos”. A quienes recurren al retruécano con el que se pretende confundir a los incautos al no poder convencerlos “decir sí a la paz es votar no al Plebiscito” respondámosle con la coherencia: “decir sí a la paz es decir sí al Plebiscito. Y una reflexión final: para alcanzar la paz no basta con desarmar a las FARC también hay que desarmar los espíritus y, algo muy importante, desengatillar la lengua, que siempre habla de lo que abunda en el corazón!

Bogotá, agosto 27 de 2016

www.fnd.org.co

Comments powered by CComment