Bogotá, D.C. 10 de abril de 2018. Por Felicia Saturno Hartt. Foto: EFE.- El polémico Primer Ministro Viktor Orban, ícono de las Derechas Populistas Europeas, ganó por una amplia votación las Elecciones Legislativas de Hungría e incluso puede obtener la mayoría calificada de dos tercios en el Parlamento. Sus electores no solo le otorgaron un tercer mandato: también alentaron aún más la visión ultra nacionalista, que sostiene que Europa es víctima de una invasión.

Si las primeras cifras se confirman, el Fidez, Partido Nacional-Conservador de Orban, obtendría 49,15% de los votos, cifra sensiblemente superior a las obtenidas en 2014 (45%).  Sus contrincantes, el Partido de Extrema Derecha Jobbik únicamente registró el 20,14% de los sufragios, superando a la lista de Izquierda MSZP-P que tuvo el favor de sólo un 11,85% de los sufeagantes.

Con un amplio 68,80% de participación de los aptos para votar en Hungría, los 7,9 millones de electores, registraron una movilización récord que no se reconocía desde 2006.

El controvertible Viktor Orban suele decir en sus intervenciones una frase típica de los Populistas: "Me gustaría gobernar durante toda una era". Aunque todavía lejos, con este tercer triunfo, el Primer Ministro Húngaro habrá ganado una vez más su apuesta: seguir siendo el aguafiestas de la Unión Europea.

Cuando era joven, señalan los cronistas húngaros, Orban quería derribar los muros que separaban este y oeste. Hoy, apuesta por la estrategia contraria entre el norte y el sur. Querer recibir a los solicitantes de refugio en la Unión Europea (UE) es "una invitación" a venir a Europa, según este político.

"Lo que está sucediendo es una invasión. Estamos siendo invadidos", repite sin cesar. Para él, la prioridad es cerrar las puertas. Y poco importa si hacia el este, el continente cada vez se asemeja más a la Europa de la Guerra Fría, con vallados, muros y policías armados.

Poco le importa que sus vecinos occidentales lo detesten o que la imagen de su país haya quedado hecha trizas: el campeón del nacionalismo húngaro sigue saboreando su victoria.

En su gesta ha sido capaz de arrastrar a la República Checa, Eslovaquia, Rumania y Polonia, que se opusieron a la repartición de 120.000 refugiados dentro de la UE, propuesta por la Comisión Europea (CE).

Con su físico de rugbier y su cara curtida, Orban encarna el hombre fuerte, aparentemente habitado por el sentido común. Frente a él, una Europa "demasiado blanda" corre el riesgo de perder su identidad en el vértigo del multiculturalismo. Esa Europa está representada por Angela Merkel, culpable -a sus ojos- de haber abierto los brazos a los sirios que huyen de la guerra.

Sus críticos ven en Orban un autócrata mesurado. Es verdad, Hungría no es una dictadura. Pero su democracia diverge de la practicada en la mayoría de los otros países del bloque. Sus opositores denuncian una nueva clase de capitalistas corruptos que se acaparan de vastos sectores de la economía con su bendición.

Orban ejerce un férreo control sobre los Medios de Comunicación, denunciado incluso por el último Informe de Transparencia Internacional publicado la semana pasada, y sobre la Justicia. Ha cambiado el sistema electoral en su propio beneficio y cada vez reduce más los espacios de libertad de la sociedad civil.

Con un discurso de derecha, Orban se arrima a los líderes populistas de América Latina, como Fernández, Da Silva, Correa, Morales y Chávez, con su ultranacionalismo populista y su tendencia a una hegemonía política que debilita las instituciones y anula toda posibilidad de desarrollo sostenible.

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