Por Gonzálo Buenahora Durán. Historiador.- Agencia de noticias Vieja Clío. Santa Marta, 1537.La Agencia de noticias Vieja Clío condesciende en informar que uno de los mejores exponentes del Imperio español, el licenciado don Gonzalo Jiménez de Quesada, que había partido por el mes de abril del año pasado de 1536 en busca del mítico Eldorado, ha tenido a bien encontrarlo en nombre de su Majestad, don Carlos V.

Acompañado por los capitanes San Martín, Céspedes, Valenzuela, Fonte, Lebrija, Junco, Cardoso, Suárez, Albarracín y Corral, 600 soldados de a pie, ciento hombres de a caballo y algunos bergantines, fue el Adelantado caminando y descubriendo con grandes dificultades río de La Magdalena arriba, por más de un año, enfrentando los furiosos elementos, viniendo a detenerse la hueste en un lugar llamado La Tora situado a 150 leguas del punto de partida. Allí invernaron y se pudieron percatar de que las lluvias no les permitirían proseguir a lo largo de la cada vez más espantosa corriente.

Entonces optaron por devolver las embarcaciones a Santa Marta y penetrar a pie en dirección a las altas montañas a su izquierda que, por información de lugareños, estaban bien pobladas. Según se supo después, tales montañas son llamadas las sierras del Opón y su naturaleza es fragosa y quebrada. Después de múltiples inconvenientes, duros trances y no menos aprietos, el licenciado dio con tierra completamente rasa, fría y fértil, muy poblada por unos indios que se llaman moxcas que conforman un enorme reino que está dividido en dos provincias: la de Bogotá y la de Tunja, gobernadas por dos grandes señores que llevan los mismos nombres de la tierra. 

Bogotá está poblada por sesenta mil indígenas y Tunja por cuarenta mil, pero las tierras de Tunja son más ricas que las de Bogotá. Y entre uno y otro señor tienen grandes disensiones, sangrientas contiendas y penosas hostilidades. Por la disposición de la tierra y el clima parecido a esa región de la península ibérica, el licenciado Jiménez de Quesada convino con sus hombres en llamar a las posesiones recién descubiertas Nuevo Reino de Granada. Los indios del Nuevo Reino viven en casas cercadas, semejantes a los alcáceres del Andaluz, y es grande la riqueza que en primera instancia se ha extraído de ellos, tanto en oro como en unas piedras preciosas de color verde, grandes como huevos de paloma, antes nunca vistas, llamadas esmeraldas. Cuando los españoles entraron en la tierra fueron recibidos con grandísimo miedo, tal que los naturales tuvieron por opinión que los conquistadores eran hijos del sol y de la luna a quienes adoran. El asunto llegó a tanto, que los indios bautizaron a los hispanos como uchies, que es un apelativo compuesto de usa que en su lengua quiere decir sol, y chía que traduce luna. Los españoles vienen a ser, entonces, los hijos del sol y de la luna, lo que es muy conveniente.  

Para fines de la presente noticia, la Agencia Vieja Clío desea subrayar que lo que produjo que la hueste española no claudicara en las embrolladas sierras del Opón, habitadas por los indios panches, que son guerreros salvajes y comen –señalan algunos- carne humana, fue una luz de optimismo que guió a los descubridores a través de tanta congoja y ansiedad. Ese optimismo fue provisto por el acaecimiento que desde que salieron de Santa Marta y a lo largo de todo el camino, se iba demostrando que los indios se las conocen todas, para el caso la misteriosa ley de la oferta y la demanda que los economistas más avezados, con alguna singular excepción, todavía no han podido ni siquiera intuir, lo que demuestra (a pesar de lo que piensa la mayoría) que los indios son seres racionales y, además, como lo corroborará el papa Paulo III en un futuro próximo, cuentan con alma y todo. Pero dejemos que sea uno de los protagonistas de los acontecimientos, a quien tuvimos la suerte de entrevistar, quien en su idioma vernáculo nos narre sus sorprendentes impresiones. 

“Antes de llegar a La Tora –nos explica- llevábamos cierta esperanza, caminando por el río arriba, y era que la sal que se come por todo el río proviene de intercambios de indios que la traen de unos a otros desde la mar y costa de Santa Marta, la cual dicha sal es de grano y sube por vía de mercancía más de setenta leguas, aunque cuando llega arriba ya es tan escasa que vale muy cara y no la come sino la gente principal y los demás la tienen que obtener, ya bien sea de orines de hombres o ya, de polvos de palma. Pasado esto diose luego en otra sal, no de grano como la pasada sino en panes que eran grandes como pilones de azúcar, y mientras más arriba subíamos por el río, más barato valía esta sal. Y por la diferencia entre una y otra sal se conoció claramente que si la de granos subía, la otra bajaba. Y decían los indios que los mercaderes que les venían a vender la sal en panes contaban que donde dicha sal se hacía había grandes riquezas y era una grande tierra la cual pertenecía a poderosísimos señores de quienes contaban grandes excelencias. Eso –concluye el benemérito testigo- nos salvó.” De esta manera es un hecho probado que los indios poseen alma, son, como nosotros, hijos de Dios y, además, como se expresó, se la saben todas.

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