Por Felicia Saturno Hartt. Foto: Ecos Media.-  Kohl fue "el Canciller de Hierro", "Herr Doktor" o "el Canciller de la Unidad", como nombraron a Otto von Bismarck en 1871. Pero, sobre todo para los alemanes fue "el Coloso", no sólo por sus 1,93 metros de estatura y sus 150 kilos de peso, sino porque Helmut Kohl, era un gigante de la política europea, que realizó la reunificación de su país y aceleró la construcción europea. Kohl murió el viernes a los 87 años, en su casa de Ludwigshafen, en el sudoeste de Alemania.

"Uno más uno es uno", se cansó de repetir en 1990 el hombre que fue jefe de gobierno alemán durante 16 años, cuando perseguía su sueño de unificación nacional. Con él, desaparece el último "monstruo sagrado" de la historia política del siglo XX.

Kohl nació el 3 de abril de 1930 en el seno de una familia de modestos católicos renanos. Su padre, empleado de impuestos, abandonó los "cascos de acero" cuando ese movimiento de ex combatientes nacionalistas juró fidelidad al nazismo. Su hermano mayor, paracaidista, cayó en el frente durante la Segunda Guerra Mundial.

A los 15 años, en presencia del Führer, Helmut se vio obligado a incorporarse a las Juventudes Hitlerianas, pero hizo de la unificación de su país y de Europa el objetivo de su vida.

Cuando apenas tenía 17 años Kohl se incorporó al Partido Unión Demócrata Cristiana (CDU), creado sobre las ruinas del nazismo y que reunió, por primera vez, a protestantes y católicos.

A los 25 años, a punto de terminar un doctorado en Historia, entró al comité directivo de la CDU en Renania-Palatinado. Diputado cuatro años después, en 1969 se convirtió en el jefe de gobierno más joven de ese Estado regional y en 1973, en presidente de la CDU.

"Terminarás por ser canciller", le predijo entonces Bruno Heck, secretario general del partido. Otros no pensaban lo mismo. "Kohl nunca será canciller. La profecía quedó hecha trizas en 1982 cuando, luego de algunos fracasos previos, Kohl consiguió instalarse en la cancillería.

Como su amigo François Mitterrand, el entonces presidente francés, Kohl gobernaba por el placer de ejercer el poder. Con su estilo franco y reactivo, marcó la vida política alemana y europea. "Cuando se ocupa una alta función política, el carácter es con frecuencia más importante que el conocimiento o la inteligencia", solía decir.

Kohl simbolizaba el alemán promedio y provincial. Al igual que su discípula y heredera política Angela Merkel, la simplicidad fue la clave que le aseguró el éxito ante la opinión pública de su país. Frío en público, nunca escatimó esfuerzos en crear sólidas relaciones personales, compartiendo un sauna con el presidente ruso, Boris Yeltsin o una especialidad de su Palatinado natal con Mitterrand o Jacques Chirac.

En 1973, la revista Time lo incluyó entre los líderes políticos que podían "cambiar el siglo". Pocos años después, la reunificación alemana fue para él una ocasión única. En 1989, después de aplastar una tentativa de putsch dentro de su propio partido y en medio de sondeos catastróficos, el Muro de Berlín cayó el 9 de noviembre.

En plena visita de Estado a Polonia, el canciller regresó a su país para -según su expresión- ver "girar la rueda de la Historia". Exactamente 330 días después, el 3 de octubre de 1990, a los 60 años de edad, Kohl celebró en Berlín el acta de nacimiento de la nueva Alemania.

Europeo convencido, una vez en política participó activamente en la construcción del bloque, intentando dar vida al gran proyecto de los Estados Unidos de Europa. Uno de los padres del euro, consiguió imponerlo a una población alemana profundamente apegada al marco, la moneda nacional.

"Tal vez otro canciller hubiera sido capaz de acompañar la unificación de las dos Alemanias. Pero nunca la creación del euro. Él llevó el proyecto en brazos. Imperturbable, mantuvo su derrotero, sin jamás tomar en serio protestas o amenazas", recuerda un alto funcionario francés.

En 1986, junto a Mitterrand y a Jacques Delors, entonces presidente de la Comisión Europea, logró firma del Acta Única y en 1992 selló el Tratado de Maastricht. Asimismo, apoyó simultáneamente en favor de una nueva Ostpolitik (apertura al Este), con el fin de apoyar el desarrollo económico de los ex países comunistas.

Con el tiempo -que todo lo puede-, los alemanes terminaron por retirarle su apoyo. En 1998 perdió las elecciones legislativas y fue reemplazado por el socialdemócrata Gerhard Schröder. Después de 16 años de poder, su balance no era brillante: cuatro millones de desempleados y profundo descontento en los länder del Este: más del 17% de la población buscaba trabajo y el nivel de vida aún era sensiblemente inferior al de las regiones del Oeste.

Kohl quedará en la memoria de los europeos como el hombre que reforzó la reconciliación continental. Profundamente patriota, pero no nacionalista, el ex canciller hizo progresar el debate sobre los crímenes cometidos por el régimen nazi.

Austero, tenaz, laborioso, discretamente religioso e incluso irónico, el ex canciller sabía también ser un bon vivant. Así consta en el libro de sus memorias, donde escribió una frase digna de un epitafio: "Hay vida antes de la muerte y todo cristiano, protestante o católico, tiene derecho a gozarla".

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