En un hecho sin precedentes en la historia reciente, por primera vez un Gobierno resulta derrotado en asunto de su extrema importancia. La Cámara de Representantes, en una votación de 110 contra 44 hundió las objeciones presidenciales a la Justicia Especial para la Paz (JEP).

Por Giovanni Décola. En un hecho sin precedentes en la historia reciente, por primera vez un Gobierno resulta derrotado en asunto de su extrema importancia. La Cámara de Representantes, en una votación de 110 contra 44 hundió las objeciones presidenciales a la Justicia Especial para la Paz (JEP).

En el debate, luego de votarse afirmativamente los impedimentos incoados por los cuatro Representantes de las Fuerzas Alternativas Revolucionarias del Común (FARC), hubo un par de maniobras dilatorias por parte de integrantes del gobernante Partido Centro Democrático, que pretendió en dos ocasiones el aplazamiento del debate, con el fin de darle tiempo al Gobierno Duque de recomponer las mayorías, lo cual fue negado en ambas oportunidades, lo que confirmaba la ya predecible derrota del  Ejecutivo.

De nada valió el intenso e intimidante lobby del Fiscal General de la Nación, Néstor Humberto Martínez, ni del Embajador estadunidense en Colombia Kevin Whitaker, ni las intensas llamadas, que desde la Presidencia, hacían a los congresistas, con el fin de desbaratar a la nueva alianza tripartita entre los Partidos Liberal, Cambio Radical y la U, la cual superó la primera prueba de fuego, tras su anunciada unión. 

Esa derrota, aunque tiene connotaciones jurídicas, es eminentemente política. Estos tres partidos, que votaron por Iván Duque en la segunda vuelta, y cuyos votos fueron decisivos para derrotar al candidato izquierdista Gustavo Petro, han sido ignorados totalmente por el Gobierno en la representación política de las altas dignidades, las cuales han quedado en manos de amigos personales del Presidente Duque, el Senador Álvaro Uribe y en menor grado, de la Vicepresidente Martha Lucía Ramírez.

Adicionalmente, los Ministros designados por Duque, en su gran mayoría son técnicos, y aunque muy buenos profesionales en sus áreas, no tienen experiencia política para capotear las exigencias de los parlamentarios. La falta de liderazgo en ellos, es tan evidente, que no han podido sacar avante otras iniciativas de interés gubernamental o salen muy trasquiladas,  inclusive, el Plan Nacional de Desarrollo, que ya superó el primer debate en las comisiones económicas, corre el riesgo de hundirse en las plenarias.

La política hace siglos está inventada. Es obvio que si un Partido de Gobierno, no cuenta con las mayorías legislativas para sacar adelante su agenda, como es el caso del Centro Democrático, cuyos integrantes no alcanzan a ser el 20% del Congreso, requiere de hacer acuerdos programáticos y políticos con los Partidos más afines, cediendo parte de la representación política a cambio de que sus iniciativas tengan un trámite tranquilo en el Parlamento. Eso ocurre en todos las democracias del mundo, tal vez no en las dictaduras, so pena de que en algún momento, hasta el mismo Gobierno, pueda tambalear.

Esa representación política, no puede ser, como la pretenden los agentes del Gobierno: repartir migajas en mínimas dosis a congresistas rebeldes de los partidos políticos, a los que generalmente ha sonsacado. Ello socava la institucionalidad partidista, desprestigia al Gobierno y no garantiza la lealtad del parlamentario con  la Administración. Una vez los Partidos activen sus órganos de control disciplinario, y los amenace de despojarlos de voz y voto, esos parlamentarios volverán al redil y dejarán solo al Gobierno.

El anunciado pacto por Colombia, inclusive debe hacerse con los partidos de oposición, garantizándoles a ellos su libre ejercicio y con todas las garantías, principalmente en lo concerniente a la seguridad, no solo de sus más connotados dirigentes, sino también de sus líderes y militantes. Pero sobre todo, ese pacto, si el Presidente Duque tiene coherencia, debe hacerlo con los Partidos que lo llevaron al poder.  De lo contrario, debió rechazar el apoyo dado por ellos a su candidatura presidencial en la segunda vuelta. A eso se le llama honor y transparencia.

Tiempos difíciles le vienen al Presidente Duque. Tanto que en su propio Partido, ya hay Parlamentarios que públicamente piden la renuncia de Ministros, como ocurrió en este debate, donde Edwar Rodríguez pidió la cabeza de la Minjusticia, ante la estruendosa derrota en la Cámara.  Reconoció que al Gobierno le ha hecho falta diálogo con los tres partidos que conforman la nueva alianza.

Ese cuento de la ausencia de la mermelada, podrá ser eficiente para la galería, pero no en el Congreso; donde los parlamentarios no son ningunos tontos y saben que la nómina estatal y los contratos existen y seguirán haciendo parte de nuestro menú democrático. Duque, debe primero, dar un grito de independencia. No al extremo de distanciarse de Uribe, pero sí de hacerle saber que una cosa es recibir sus consejos y asesoría, y otra es que pretenda cogobernar. El Presidente es el Jefe y punto. Pero sí eso no lo creen ni sus Ministros, mucho menos lo entenderá  la ciudadanía.

Seguidamente Duque debe poner orden en su propio partido, en el cual ya es evidente la división entre los  radicales de derecha y moderados, a quienes tampoco tiene contentos del todo, por distintas razones. La  Vicepresidente Ramírez, tampoco ha sido capaz de  cohesionar a sus antiguas huestes en el Partido Conservador, donde en la votación de las objeciones, pudo palparse que solo 14 de 21 representantes azules, acompañaron al Gobierno. 

Pero donde debe el Presidente demostrar su casta política, que no dudo que la tiene, es con los jefes de los tres partidos de origen liberal, que hoy tienen la fuerza necesaria para imponer su voluntad en el Congreso, aliándose con el Gobierno, o sí lo quieren, con los movimientos alternativos. En ambos caminos, conforma una aplanadora. Con ellos debe buscar un acuerdo sin mezquindades y sin dobleces, por el bien del país y su Gobierno. Debe haber una conversación abierta y franca con César Gaviria, Germán Vargas Lleras y Aurelio Irragori, en busca de consensos, sí es que quiere asegurarse un sitial de honor en la historia de Colombia. 

No hay duda, que ese primer acuerdo, sería el compromiso de Duque, de no volver a jugar con el proceso de paz. 

Sí Duque persiste en su modelo, que visto está, no funciona; no solo va a tener a los Ministros repartiendo canonjías al detal a los parlamentarios, ante la sombra de la moción de censura, zumbándoles en la oreja, sino que ante una crisis de gobernabilidad de mayor envergadura, hasta su propia silla podrá tambalear, pues ya el Gobierno no controla, siquiera la Comisión de Acusaciones, y muchos congresistas preferirán entenderse con Ramírez, para ver qué acuerdos son posibles con ella, que prolongar el ayuno que parece largo y tortuoso. Una cosa es el comportamiento del Congreso, teniendo  a las mayorías, sino contentas, por lo menos neutralizadas, y otra muy distinta, tenerlos cargados de tigre. 

Duque está jugando con fuego y pronto se le saldrán de su control las llamas. Basta que revise la historia reciente de varios países de América.

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