Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro

Por Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro*.- El pueblo colombiano acaba de elegir a sus nuevos gobernadores, alcaldes, diputados y concejales.

Teniendo en cuenta las palabras del Concilio Vaticano II, en el sentido de que “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón de la Iglesia” (Cf. Constitución Gaudium et spes, n. 1), quisiera plantear respetuosamente y de modo especial a los nuevos servidores públicos, que se reconocen hijos de la Iglesia Católica, algunos imperativos éticos y morales que es necesario tener en cuenta con la misión que se disponen a asumir en nombre de sus electores.

El servidor público ha de buscar soluciones a los problemas de su pueblo

Si bien, las necesidades del pueblo son reconocidas en las campañas políticas y a ellas se acuden para “prometer” respuestas tan diversas, son muchos los ciudadanos que se lamentan porque, una vez elegidos, los gobernantes parecen distanciarse del sentir real de sus conciudadanos.

Por ello, vale la pena recordar a quienes acaban de recibir el mandato popular, que “no deben olvidar o subestimar la dimensión moral de su representación”. El servidor público debe mantener viva en su memoria que “comparte el destino de su pueblo” y hacer de sus angustias también las suyas para buscar encontrar honestamente respuestas y soluciones (Cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), n. 410). Si los ciudadanos están bien, los gobernantes estarán bien.

El título más honroso de los ciudadanos elegidos para ocupar cargos públicos es el de “servidor”, palabra de profunda raíz cristiana que es necesario levantar en la esfera pública; un servicio vivido con paciencia, modestia, moderación, caridad y generosidad.

El servidor público ha de ser correcto, no corrupto

Una grave deformación de los sistemas de gobierno, ayer y hoy es el de la corrupción. Se trata de un modus operandi que “traiciona los principios de la moral y las normas de la justicia moral”, dejando gravemente comprometida la estabilidad del Estado y la sana relación entre gobernantes y gobernados (Cf. DSI, n. 411).

Por ello, el servidor público, y muy especialmente el que se reconoce discípulo de Jesús, debe sentir en su conciencia el fuerte llamado a la coherencia, a la pulcritud en el obrar y al decidido compromiso por el ejercicio de un gobierno transparente, serio, y delicado en la administración de los recursos públicos.

No puede haber mejor rédito para el servidor público, nada puede ser un tesoro mayor, que el apoyo de sus ciudadanos que ven recompensado su voto de confianza, traducido en una gestión pública que genera mejores condiciones de vida para todos, con especial predilección por los más necesitados.

El servidor público ha de dar prevalencia al bien común sobre los intereses particulares

Finalmente, es tan bien una voz general entre los ciudadanos que quienes son elegidos parecen obedecer más a proyectos particulares de ciertas personas o grupos, que responder al sagrado bienestar de todos.

Sobre el particular, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia recuerda que la administración pública debe estar ordenada a hacer cumplir este imperativo moral de garantizar el bien de todos los ciudadanos. Para ello advierte que la “burocratización excesiva” y el “funcionalismo impersonal” son dos sombras que pueden oscurecer el cumplimiento de los fines propios de la gestión pública.

Por el contrario, los servidores públicos están llamados a transformar las dependencias de lo público en verdaderas instancias de “ayuda al ciudadano”, tendiendo puentes que acerquen a los gobernados con sus gobernantes y no levantando muros que hacen más complejos los caminos para encontrar soluciones a las grandes problemáticas sociales.

De esta manera, sea esta la ocasión para invitar a dar esperanza de que es posible superar los viejos vicios que paralizan y postran a la comunidad, para establecer verdaderas políticas públicas coherentes que, superando las posturas personalistas y egoístas, pongan primero la dignidad humana de los ciudadanos y su bienestar.

Bogotá, D. C, 3 de noviembre de 2019

*Obispo Auxiliar Cali - Secretario General del Celam

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