Foto DW.- El Premio Nobel de Literatura húngaro Imre Kertész, superviviente de Auschwitz, partió esta semana, a los 86 años, en su ciudad natal, Budapest.

Su obra, sobre todo su novela Sin Esperanza, es uno de los mayores testimonios, literarios y políticos, del proceso de exterminio fascista nazi, que definió la primera mitad del Siglo XX: el Holocausto.

Kertész fue deportado, en 1944, por la policía húngara, a los escasos 15 años de edad, al campo de exterminio alemán de Auschwitz, en Polonia. A regresó a Hungría, se encontró que toda su familia había sido exterminada por el fascismo nazi, creando en su alma esa sensación de soledad y desesperanza ante el horror se encuentra en el corazón de su obra.

Fracaso (1988), Kaddish para un hijo no nacido (1990), Liquidación (1975) o sus diarios, La última posada, forman una obra no demasiado abundante, pero cuya intensidad, sabiduría y lucidez la convierten en uno de los monumentos literarios del Siglo XX.

Kertész empuja al lector a los ángulos del sistema totalitario de exterminio nazi sin usar apenas adjetivos, como magistralmente lo define Guillermo Altares, con descripciones precisas que se quedan grabadas en la memoria.

Sus textos “atrapan por su belleza literaria y por el espeluznante mundo que describen, por la forma en que nos obligan a reflexionar sobre el mal absoluto” afirma Altares.

Kertész había regresado a Hungría en 2013, tras vivir durante años en Alemania, y se mostraba tremendamente crítico de la deriva autoritaria que padece su país con el gobierno de Viktor Orban. "Allí campan por sus fueros los antisemitas y la ultraderecha", dijo en una entrevista al País Español,  realizada por Adan Kovacsics, uno de sus traductores al español.

En aquella entrevista, de 2013, hablaba de un acontecimiento trascendental que ha marcado el final de su vida: la desaparición de los testigos, la conciencia de que su voz es una de las últimas que podrán contar en primera persona el Holocausto.

El escritor, como Elie Wiesel, otro judío húngaro deportado a Auschwitz, Premio Nobel de la Paz, o Primo Levi, el químico italiano, que sobrevivió a los campos y que acabó suicidándose, era consciente de que la importancia de su literatura iba más allá de las palabras, que debía ocupar un rol esencial en la sociedad.

"La esencia de mi obra consiste en trasladar lo ocurrido a una dimensión espiritual. Que quede en la conciencia, aunque ahora lo veo con menos optimismo que hace unos años. El Holocausto es el hundimiento universal de todos los valores de la civilización y una sociedad no puede permitir que se repita, que vuelva a presentarse una situación parecida. Pero la crisis económica, una crisis así, dio pie a la llegada de Hitler al poder. Por tanto, deberían sonar todas las alarmas. Pero no suenan. Lo cual quiere decir que el Holocausto no está presente en la conciencia de los políticos europeos", había señalado Kertész.

Sin esperanza, su obra regia, relata su vida con la estrella amarilla en el pecho en Budapest, su deportación a Auschwitz, el campo de trabajo y de exterminio, en el que fueron asesinadas unas 1,1 millones de personas, su supervivencia a las marchas de la muerte tras el cierre del campo ante el avance soviético, su traslado a Buchenwald y su retorno a Hungría, donde resistiría a un nuevo horror: la dictadura estalinista.

Cerca de la mitad de los judíos enviados a Auschwitz eran húngaros, unos 450.000, lo que demuestra la demencia asesina del régimen de Hitler, porque muchas de estas deportaciones se produjeron en 1944, con la guerra ya perdida. Ése es el escenario del horror industrial en el que transcurre el film El hijo de Saúl, que ganó este año el Oscar a la mejor película de habla no inglesa y que está influido por la obra de Kertész.

En una de las últimas entrevistas que concedió, publicada en Le Monde en enero de 2015, explicaba que el momento crucial, en el que todo se decidía, eran "los primeros 20 minutos de la llegada al campo".

Su obra va más allá de la esperanza, es un inmenso relato de la capacidad de supervivencia de los seres humanos, de la recomposición de la moral, basada en la conciencia de que cualquier horror es posible.

En Sin esperanza Kertész escribe: "Tuve que reconocerlo: nunca habría podido explicar ciertas cosas de una manera exacta si me hubiera valido solamente de la esperanza, la norma, la razón, esto es, la lógica de las cosas y de la vida, por lo menos según mi experiencia vital".

En la década de los 90, Kertész recibió varios premios que acreditaron la calidad de su obra. Entre ellos, el de Literatura de Brandeburgo en 1995 y el Premio del Libro de Leipzig en 1997.

Su momento llegó en 2002 cuando recibió el Premio Nobel de Literatura "por una obra que conserva la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de la historia". Fue el primer escritor húngaro en obtener ese galardón.

Imre Kertész también fue un renombrado traductor al húngaro de obras en lengua alemana, como las de Elias Canetti, Sigmund Freud, Hugo von Hoffmannstahl, Friedrich Nietzsche, Joseph Roth y Arthur Schnitzler.

La obra de Kertész debería ser de obligatoria lectura en las Universidades, de análisis y discusión en los Centros de Poder y de comprensión sobre el horror de los genocidios por parte de los decisores políticos.

 

 

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