Por José Gregorio Hernández.-El nombre que le dimos a esta columna obedeció al reconocimiento de la situación en que se encuentra el observador -que al fin y al cabo eso es un columnista- frente a la realidad que lo circunda, en donde se entrelazan toda clase de hechos de muy distinta naturaleza -social, económica, política, religiosa, fenómenos naturales, decisiones administrativas o judiciales, relaciones internacionales, acontecimientos deportivos, entre muchos más-.

Durante veinticuatro horas diarias, y a lo largo de los meses y los años, pasan muchas cosas, y ante ellas, quien escribe -con miras a expresar sus opiniones y a contribuir a su manera y desde sus posibilidades a la formación de la opinión pública- se encuentra a veces perplejo: está seguro de algunos elementos -por ejemplo, sus propios valores y principios, datos históricos o informaciones actuales-, pero no goza de certeza sobre otros, que dependen de desarrollos futuros o de las secretas u ocultas intenciones que los actores de la comedia humana guardan in pectore, o manipulan con intenciones diversas, sean ellas conocidas o desconocidas; como las verdades oficiales, que son generalmente mentiras o verdades a medias, incompletas y maquilladas.

Pues bien, en la columna se consignan los primeros de los enunciados elementos como certidumbres; los segundos alcanzan apenas para expresar las propias inquietudes. Pero en estos años ningún hecho nos había generado tan pocas certidumbres y tantas inquietudes  como los procesos de paz, en especial el actual.

Algo en lo que no vacilamos ni un segundo, porque hay plena certeza: Colombia necesita adelantar un proceso de paz mediante el diálogo -porque la guerra solo ha llevado a más guerra, a muerte y a destrucción-, con el objeto de poner fin a más de medio siglo de conflicto armado. Por eso confiamos en la propuesta del presidente Santos y la respaldamos. En la certidumbre de su necesidad y urgencia, aunque con inquietudes que hemos expresado sobre su manejo.

Al confiar en el Gobierno, también teníamos que confiar en que las organizaciones armadas con las que se quería dialogar estarían dispuestas y bien intencionadas. Pero poco a poco nos dimos cuenta de que esa confianza tropezaba con manipulaciones e intenciones insondables. A la inversa de lo ocurrido con el M-19, que dialogó, negoció la paz, entregó las armas y cumplió.

Pero con Farc y Eln, ninguna certidumbre. Sólo inquietudes. Siempre se ignoran sus verdaderas intenciones y qué hay en el fondo de sus confusas declaraciones. Con ellos todo es inseguro, terreno movedizo.

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