Por Horacio Serpa.- ¿Será que los colombianos no somos capaces de salir de la horrible cárcel que describió desde la historia la lapidaria frase de Thomas Hobbes? ¿Seremos siempre violencia? Siempre enfrentamientos, guerras, escaramuzas, combates, secuestros, asaltos, muerte y destrucción. Esa ha sido nuestra vida republicana, ¡qué horror!

La violencia es la negación de la razón. Cuando no hay ideas para discutir es que surge la guerra como una necesidad. Gandhi dijo que “la violencia es el miedo a los ideales de los demás”. ¿Somos tan ignorantes, tan inútiles mentalmente, tan faltos de imaginación y de certezas que solo tenemos habilidad para hacer la guerra?

Las farc decretaron un cese unilateral e indefinido de las acciones bélicas. El gobierno replicó que busca un cese bilateral y definitivo de las hostilidades pero correspondió suspendiendo los bombardeos a los campamentos de la guerrilla, su arma más mortal. Un frente de las farc mató en una emboscada a 10 soldados y el gobierno respondió diciendo que volverían los bombardeos. Con bombas las Fuerzas Armadas destruyeron un campamento de las farc matando a 25 guerrilleros primero y luego a 10 más. Los subversivos dieron por terminado el cese al fuego y anunciaron una arremetida guerrillera. Es decir, “ojo por ojo y diente por diente”, que es como argumentar: destrucción y sangre por encima del pensamiento y la razón.

Ya que mencionamos al gran pensador hindú, quien con el discurso de la no violencia derrotó a un imperio y luego en un perverso contraste de la vida fue asesinado, leamos otra de sus frases memorables: “Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”.

Ya lo estamos. Ni vemos ni oímos ni sentimos ni somos capaces de pronunciar palabras de reconciliación, de entendimiento, de cariño. Es explicable, porque es más fácil hacer la guerra que la paz. Para disparar un fúsil solo se requiere jalar del gatillo; para lograr la paz hay que reflexionar, controvertir, analizar, estudiar, ser equitativos, ser sinceros, perdonar, saber amar, tener y ofrecer confianza, ser capaces de mirar más el futuro que el pasado, saber pensar más en los demás que en uno mismo, no criticar la paja en el ojo ajeno sin antes hacer la autocrítica que merece el leño en el ojo propio.

Como somos inútiles para la paz, sigamos en la guerra. Cincuenta y un años de confrontación, no han sido suficientes. Démosle la razón a los que a cada rato rebuznan sobre la necesidad de seguirnos matando, de continuar con la pobreza que lacera a 25 millones de compatriotas. Qué importa, si son los ignorantes, los negros, los indígenas, los desempleados, los caletas, los bogas, los choferes sin seguridad social, los campesinos, los presos hacinados, los niños que mueren de diarrea, los enfermos sin medicamentos, los que mueren por las avalanchas y las inundaciones. Lo único que importa es la destrucción.    

Como no somos capaces de acabar la guerra utilizando el cerebro, alguien decepcionado podrá decir: “pues que los unos acaben a los otros, y punto”. Pero ni siquiera de eso somos capaces. ¡Qué vergüenza!

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