Por Rafael Rojas.- En dos países latinoamericanos, México y Colombia, vivimos procesos similares de polarización política, en momentos electorales simultáneos.

En toda América Latina tienen lugar esas polarizaciones, pero por lo general se trata de conflictos permanentes a nivel ideológico o político, entre las opciones extremas del neoliberalismo y del neopopulismo, adscritas a los ejes geopolíticos en pugna. En los grandes países del Cono Sur y los Andes, con todo lo que digan Rafael Correa o Evo Morales o con lo terrible que sea la prisión de Lula da Silva, esas polaridades nunca han sido inmanejables.

No estoy diciendo que no haya izquierdas antisistema o derechas conservadoras y autoritarias en Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Perú, Ecuador y Bolivia. Por supuesto que las hay, pero las democracias de esos países cuentan con suficientes resortes mediadores como para impedir que la polaridad interna se mezcle con la externa. A pesar del evidente revanchismo de las derechas brasileña o argentina, nunca se podrá decir que la crisis actual del PT o el kirchnerismo, dos corrientes activas en las oposiciones de ambos países, signifique el colapso electoral de la izquierda en el Cono Sur.

En México y Colombia, la polaridad electoral que estamos viviendo sí podría producir las dos cosas: una peligrosa mezcla entre el conflicto doméstico y el geopolítico y una desfiguración, igualmente dañina, de las identidades de la izquierda y la derecha en la democracia latinoamericana. Ambos son países con costas en el Caribe y el Pacífico, y son determinantes para el mundo antillano, centroamericano y andino. Ambos, países con una relación especial con Estados Unidos, construida durante décadas por la guerra civil, el narcotráfico, la emigración, el libre comercio y la seguridad fronteriza.

Pero hay una diferencia sustancial en el sistema político de los dos países que puede decidir el futuro de la actual polarización: en Colombia hay segunda vuelta y en México no. Eso significa que quien llegue a la Casa de Nariño en Bogotá, Iván Duque o Gustavo Petro, estará en condiciones de crear alianzas y pactos para gobernar en mayoría. Mientras que en México, Andrés Manuel López Obrador o una inconcebible coalición entre Ricardo Anaya y José Antonio Meade, difícilmente rebasaría el 45% de los votos. Quien llegue a la Presidencia en México, tendrá, inevitablemente, a más de la mitad del electorado en contra.

Lo peor que podría pasar en una polarización política, como la de Colombia o México, es que el candidato y el partido vencedor decidan insertarse agresivamente en alguno de los bloques regionales en pugna. Por ejemplo, que Gustavo Petro en Colombia o López Obrador en México imaginen que la mejor manera de reforzar su poder interno sea aliándose a Nicolás Maduro o haciendo causa común con la Alianza Bolivariana. No creo, realmente, que eso suceda, como sostienen algunos, pero tampoco hay que descartar de gratis los peores escenarios.

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