Por Jairo Gómez.-La turbia y conspirativa relación con los altos tribunales de la justicia hizo aguas y el muro de impunidad va camino a derrumbarse. 

El ambiente está espeso. En los pasillos del Congreso los murmullos no cesan y muchos parlamentarios están al borde de un ataque de nervios. Comentarios van y vienen; no hay sosiego. La turbia y conspirativa relación con los altos tribunales de la justicia hizo aguas y el muro de impunidad va camino a derrumbarse. 

Ni las gruesas paredes del Capitolio Nacional pueden contener los fuertes vientos que soplan desde afuera. “Qué irá a decir Ñoño Elías”, es una pregunta recurrente, sin dejar de lado el ventilador que puede prender Musa Besaile. El fiscal anticorrupción corrupto, Gustavo Moreno, ya logró un preacuerdo con la Fiscalía para ser testigo de primera mano en los casos que hoy comprometen a las Altas Cortes. El asunto es insostenible por más que desde las instancias de poder se intente contener esta podredumbre que va camino a convertirse en el “huracán Bustos”, pero de categoría insospechada. 

Hoy cabe la expresión de un expresidente que invitaba a sus congresistas adeptos a votar antes de que los cogieran presos.

Nunca antes había visto a la clase política tradicional y a las élites tan preocupadas por perder el control de las instituciones de este país: desde la presidencia y su estructura burocrática, pasando por el Congreso hasta llegar al sistema judicial, la cara más oscura de esta atribulada democracia. 

No estoy siendo exagerado, la opacidad con que se administró este país durante décadas y décadas puede, al parecer, llegar a su fin. 

Es tal la preocupación, que en su afán de quitarse el mote tradicional de la política de sus hombros hoy los candidatos de partidos inmersos en aquelarres de corrupción quieren maquillar sus contenidos con propuestas participativas y de compromiso ciudadano, para buscar arrancar una firma que no es otra cosa que una rúbrica más. Como dicen los mismos parlamentarios: “una firma no se le niega a nadie”, cuando se trata de promover un debate o una ley. 

Están complicados y muy en serio, los políticos de vieja usanza. A estos políticos se les puede aplicar la metáfora que Zizek utiliza para explicar momentos de crisis que las sociedades o en particular algunos sectores no quieren asumir, y entonces recuerda la escena clásica de dibujos animados en la que un gato sigue caminando más allá del borde del precipicio sin darse cuenta de que ya no hay suelo debajo de sus pies, y solo se cae cuando mira hacia abajo y se percata que, debajo, solo está el abismo. 

Salir de ese abismo no les va a ser fácil, tendrán que emplearse a fondo para imponer un verdadero cambio. Cosa poco probable, por el rosario de incumplimientos en que se ha convertido la democracia en Colombia. No tienen un discurso auténtico y el mensaje para el ciudadano es más de lo mismo. 

En ese contexto, las matemáticas funcionan y de qué manera. La creativa propuesta programática va camino al ofrecimiento de incrementos salariales, bajadas de impuestos, al mejoramiento del sistema educativo y de salud etc. Y, por supuesto, en la canasta de los sufragios se sumarán los votos que los mencionados parlamentarios, en problemas, dejarán “huérfanos”. 

Es ese discurso que los colombianos venimos escuchando desde que molemos el café; desde inveteradas épocas y nada cambia. Es un desgaste evidente el que golpea, y muy fuerte, a la actual clase política que no se llama a engaños: están convencidos que la clientela y la corrupción, les alcanzará para mantenerse en el poder. Amanecerá y veremos. 

 

@jairotevi

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