Por Jairo Gómez. @jairotevi Solo a un papa de origen latinoamericano, como Francisco, se le puede escuchar de sus labios la palabra cizaña. Una palabra muy utilizada en el lenguaje lunfardo de los argentinos y en las letras de múltiples tangos arrabaleros que nos recuerdan la perfidia de la que se ufanan, en muchas ocasiones, los seres humanos.

Esa perfidia es la que abunda en los discursos de quienes  se oponen a la paz y en las cavernas de quienes no quieren el cambio, asociándola a expresiones que buscan meterle cizaña al camino de la reconciliación. Fue eficaz el mensaje de Francisco cuando sugirió a los colombianos no comerle cuento a esa maledicencia a la que subyace el propósito de provocar incertidumbre  y pesimismo en la población.

“Es cierto que en este enorme campo que es Colombia todavía hay espacio para la cizaña. Ustedes estén atentos a los frutos del trigo y no pierdan la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones alarmistas”, nos dijo el papa.

Sí, es una metáfora pertinente, muy bíblica ella, porque el trigo cuando crece suele florecer en compañía de una maleza sospechosa, esa maleza que sirve de barricada para contener cualquier expresión popular a favor de los pobres y marginados de la sociedad. Eso es lo que quiso decir Bergoglio, sin temor a equivocarme. Claro, la cizaña busca desbaratar la paz, pero al mismo tiempo desvirtuar a quienes desde la otra orilla proponen zarandear la estructura de la sociedad colombiana. Entonces saltan a la vista los cizañeros, los dueños de la moral, quienes, entre otras cosas,  califican ya no de “mamertos” sino de “castrochavistas” a quienes se atreven a cuestionar la arcaica institucionalidad. Cizañeros del siglo XX, caminando en el siglo XXI.

El papa Francisco no habló en abstracto, su lenguaje fue directo y sin eufemismos: la cizaña no solo le cabe al personaje de marras, como se ha querido personalizar; no, también hay que ubicarla en el contexto de una sociedad que, a pesar de estar dentro de la caverna, quiere salir del hueco oscuro del conflicto. Por ello su voz fue insistente en que los colombianos no nos dejemos enredar, “no nos dejemos quitar la esperanza”; y por ello aseguró  que la reconciliación y la paz estable y duradera se consolidan desde la justicia social, porque la pobreza y la marginalidad son el caldo de cultivo de violencia y miseria que incuba generaciones sin futuro. Esta es la piedra angular del pensamiento político que nos dejó  Francisco en cada una de sus homilías.

En nada se quedó corto Jorge Mario, en cada homilía desnudó la realidad de una sociedad que se repite en muchos rincones del planeta y en los conciliábulos  neoliberales: uno no puede “servirle a dos señores: a Dios y al dinero”. Guante que también cayó en los púlpitos de la Iglesia colombiana, a sus obispos y sacerdotes: “Ustedes son pastores de la Iglesia no [prelados al servicio de los] políticos”. 

La visita del papa Francisco sirvió de bálsamo en medio de tanta incertidumbre política y social que golpea el país. Su presencia y la masiva recepción que tuvo, revelan la ausencia de un liderazgo en Colombia que sepa interpretar los anhelos de cambio que reclama la sociedad colombiana. No nos llamemos a engaños, el mensaje de Jorge Mario taló la conciencia de los católicos fervorosos y de los indiferentes religiosos por igual, quienes escucharon con atención el contenido de un discurso que nos convoca a construir una nueva Colombia.

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