Por Rodrigo Villalba Mosquera.-Por estrategia de la oposición, con polarización política incluida, y el acostumbrarnos las presentes generaciones por haber vivido siempre alrededor de los efectos de la violencia y el conflicto armado, donde este entorno nos pareciera “normal”, hoy cuando se silencian los fusiles que causaron muerte al entregar las FARC su armamento a la ONU, y dar el paso hacia la inserción en la sociedad, acatando el Estado Social de Derecho, obedeciendo a nuestras instituciones y nuestras autoridades, pareciera como si eso no fuera trascendente, o se tratara de algo marginal, lo que nos lleva hacer un análisis sociológico de nuestro comportamiento, pero por encima de cualquier consideración hay que ser claros, de que el 27 de junio de 2017 la historia de Colombia y el mundo lo recordará  como una  fecha transcendente, y el desarme como un hecho histórico, así muchos lo soslayen. Ese día terminó el conflicto armado más largo del continente y el último del hemisferio occidental, el mismo que en 53 años de lucha armada dejó algo más de siete millones de desplazados, alrededor de 215.000 muertos y cerca de 80.000 desaparecidos.

Las Farc, así no la quieran y contra todos los pronósticos, le cumplieron al país y eso es un hecho innegable. Firmaron el acuerdo de La Habana, se concentraron en las 26 zonas veredales, entregaron las armas y ahora se preparan para saltar a la arena política.

El Gobierno también les ha cumplido.

Los colombianos no podemos ser miopes ni dejarnos contaminar por los que le sacan jugo a la guerra. Es innegable que las Farc en su accionar armado dejó muchas heridas abiertas, pero no podemos seguir en el pasado sino pensar en  las futuras generaciones.

Reconozcamos con regocijo la dejación de las armas, recuperando el optimismo hacia el nacimiento de la Nueva Colombia, donde focalicemos los esfuerzos estratégicos y fiscales y la voluntad política para hacer justicia con las principales víctimas que son los campesinos y el campo colombiano, sinónimo de atraso y de la Colombia profunda, la ruralidad que tiene tantas ventajas comparativas como lo reconoce la FAO, al afirmar que nos  podemos convertir en uno de los siete países proveedores de alimentos frente a las necesidades de consumo de la creciente población del planeta hacia el 2050. Soñemos con un nuevo país plantado de verde esperanza, con agroindustria y una economía llamativa para la inversión, donde caminemos hacia la productividad y competitividad. Si Colombia crece en medio de la guerra cómo no será en condiciones de normalidad. Seriamos una potencia mundial, donde nuestros mayores esfuerzos se lo podamos dedicar a la felicidad de los niños, a la educación de calidad, a lo social. 

Nada es perfecto. Lo único perfecto es la creación divina. Pero vamos en la dirección correcta.

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