Por Jaime Enrique Durán Barrera.- Esta semana es crucial para Colombia y para el mundo. La Farc, el grupo guerrillero más viejo del continente, terminará de entregar las armas a la ONU. Más allá de sentir que este proceso es un paso tremendamente significativo en la construcción de la paz, es un hecho que enriquece la posibilidad de vivir en una sociedad menos violenta.

El conflicto armado de nuestro país, uno de los más complejos y terribles de la historia de la humanidad, tuvo un costo enorme, en lo político, en lo económico, en lo social, en lo sociocultural y, desde una perspectiva íntima y cotidiana, en lo personal de varias generaciones.

Queramos o no, ese poder de fuego cedido a los garantes de la ONU, no entendido aún por completo por las mayorías, por el ataque mediático y desesperanzador de unas minorías viudas del conflicto armado, es un paso muy importante para instaurar una Cultura de la Paz en Colombia.

No solamente porque existe el control y la destrucción de ese armamento, como lo señalan los especialistas, sino porque van a construirse nuevas visiones del mundo, después de 52 años asfixiados por el discurso de la violencia.

De hecho, se escucha el balance de lo que significará este paso decisivo para todos los colombianos, donde se destacan las cuentas del horror: índices de homicidios, secuestros y emboscadas, el número de las víctimas y  desplazados, un tema triste, pero que es del pasado para que no vuelva a ocurrir y a cambio: el paso para organizar las instituciones, brindarle al campesino oportunidades en la producción de alimentos y así llegar al aumento del PIB, que es la nación que nos merecemos.

Claro está, este proceso es novísimo para todos los colombianos. Observar el país desde la perspectiva de la paz, desde el reto de ir más allá de lo político como negociación a lo político como realización, implica cambios, otros balances, otras perspectivas.

Pero desarmar ese contingente de guerreros es un cambio emblemático para los colombianos y el mundo entero. Ellos van a buscar su espacio en la sociedad política, desde el contexto de los consensos y los disensos, porque el postconflicto, desde el punto de vista político, no sólo representará la incorporación de este grupo a la sociedad desde ahora, sino el concurso de otras voces. Voces que ha silenciado, primero las desigualdades sociales, segundo la diversidad, que nos acerca y separa como ciudad y provincia y, luego, la inexistente presencia del estado, cuya deuda es tan grande como las consecuencias del más viejo conflicto armado de la región. 

Como colombiano celebro este significativo paso, sin dejar de estimar las críticas constructivas y las alabanzas innecesarias, porque no puede haber una Cultura de la Paz y menos de la Verdad, el Perdón y la Reconciliación, si lo que separa a un ser humano de otro, es su poder de fuego. 

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