Por: Edward Rodríguez.-  Los diálogos para alcanzar el fin del conflicto que se desarrollan entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las guerrillas de las FARC, cada vez más muestran lo fangoso de unas conversaciones que después de dos años sentados en la mesa, sin contar los otros dos que duraron los preparativos,  escasamente han logrado la firma de manera parcial de tres puntos de una agenda de seis, en medio de atentados, asesinatos de civiles y actos terroristas que siguen involucrando a inocentes.

Esta es la realidad de unas negociaciones de paz manoseadas en medio de la violencia y la politiquería, que lejos de encontrar el punto de encuentro, se han venido dilatando en el tiempo en un pulso entre el gobierno Santos y una Guerrilla que mantiene su actitud pendenciera y no permite el optimismo de la población que sigue anhelando la paz y la conciliación.

Los sucesos de los últimos días con el secuestro de dos soldados, un sargento, un general del Ejército, y una asesora de las fuerzas Militares por parte de  las FARC, han puesto de  nuevo en tela de juicio las negociaciones, al punto que los diálogos Gobierno-FARC, tuvieron que ser suspendidos en medio de un show mediático y la incertidumbre de todo un país frente al futuro de unos acuerdos que todavía se ven lejanos en el tiempo.

Cómo están las cosas, la sociedad civil ha comenzado a mostrar cansancio a la espera de que se logre una definición por parte de la guerrilla que por su actitud beligerante y su manera de manejar el tiempo, pareciera no estar interesada en ponerle una fecha límite a la negociación, esto en el entendido de que realmente tengan intenciones de terminar el conflicto. 

Todos estos incidentes, al decir de los expertos, lejos de permitir avances crean mayor apatía en la población que pese a las circunstancias adversas mantiene el sueño de salir de la guerra. Sin embargo, cabe aclarar que para ponerle fin a una guerra de más de 60 años que permita pasar la página, el país deberá conocer  y definir de una vez por todas el tipo de acuerdos al cual se está llegando con los autores de crímenes de guerra y las mayores violaciones de derechos humanos que Colombia ha conocido.  El país podrá “tragarse muchos sapos” con tal de ver un acuerdo, pero no tolerará que haya impunidad como lo muestran las últimas encuestas. Se necesita verdad, justicia y reparación para que ese posible acuerdo no se convierta en un papel manchado con la sangre de los colombianos.  

Si bien es cierto y como se ha cacareado en todos los ámbitos sociales y  en los foros académicos, algunos conflictos luego de más de  25 años, como en el caso de Irlanda donde se adelantó un proceso de negociación que se  extendió por otros  20  años al final llegó la paz, no quiere decir que por esto el pueblo colombiano tenga que someterse a esas mismas reglas de juego. Las negociaciones de la Habana, Cuba, deben tener un tiempo límite, pues a pesar del terreno farragoso en que se encuentran los diálogos, la mesa de negociaciones no puede seguir consumiendo el tiempo, ni se puede convertir en el boleto  vitalicio   para el resort geriátrico de jubilación de una guerrilla que hace ya algún tiempo debió silenciar los fusiles, colgar las botas y poner en remojo sus descuidadas barbas. 

Colombia quiere un futuro en paz y que las nuevas generaciones puedan disfrutar de seguridad, pero para esto hay que frenar la estela de dolor, muerte y desarraigo de miles de colombianos que siguen atrapados en medio de una violencia degradada.

Coletilla para reflexionar

Si el presidente Juan Manuel Santos quiere un proceso exitoso, debería escuchar los planteamientos del Centro Democrático, empezando por buscar un cese unilateral de hostilidades, parar el reclutamiento de niños y develar los mapas de las minas antipersona que siguen lacerando la vida de centenares de compatriotas.

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