Por Gabriel Ortiz.-Esta semana se juntaron lágrimas de alegría y dolor. Las que despejan el panorama colombiano al lograrse la paz y esas que derraman los enemigos del proceso, ante la actuación de la justicia, tanto en el país como en el exterior.

Los acuerdos de La Habana esfuman la borrasca que durante 60 años ha azotado a una nación, a varias generaciones y al optimismo de millones de compatriotas, cuya vida no valía nada. Valioso aporte de Santos a un país agónico.

La creciente población de viudas, huérfanos, dolientes, secuestrados, despojados, desplazados y extorsionados llegó a su fin con la firma de los acuerdos que muchos atacan porque ven esfumar sus privilegios, negociados, fácil enriquecimiento, acomodo político, chantajes y libertad para usufructuar una prosperidad mal habida.

Nadie perdió tras 4 y medio años de lucha dialogada, porque al final todos ganamos una nueva patria, un nuevo derrotero vigilado por nosotros, por la Onu, El Vaticano, el concierto de las naciones y el orbe en general. Quedarán disidencias de las Farc; el ELN, los paras, las bacrim y la delincuencia común, que al final: entrarán por las sendas de la razón.

Estamos asistiendo a una paz posiblemente imperfecta -porque no existe nada perfecto-, pero mejor que una guerra perfecta, como lo expresó Enrique Santos Calderón, artífice de este triunfo de los colombianos.

Viene ahora la verdadera reconciliación que nos garantice la fórmula magistral de admitir a seis asistentes con voz, pero sin voto en el parlamento, la aprobación de un plebiscito sin hombres armados, los asentamientos de excombatientes, unas Farc como partido político y el respeto a la vida de quienes hoy abandonan el conflicto.

Habremos de asumir costos, entre ellos el económico, que como lo afirmó en su última columna Rudolf Homes, lleva a mucha gente a decir que no va haber plata para la paz, mientras nunca preguntó si había plata para la guerra.

Para fortuna de Colombia, de los colombianos y del mundo sensato, las lágrimas se alejan, porque desaparece una guerra que creíamos interminable y se nos abre el panorama hacia un país distinto, con justicia social, próspero, sin corrupción, sin paros dirigidos, amable, respetuoso, cálido y sin odio. ¡A votar por el Sí! El panorama está despejado.

BLANCO: El admirable grupo negociador de La Habana, con De la Calle a la cabeza y la batuta de Santos.

NEGRO: ¿Metro Elevado? Inverosímil.

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