El proceso de paz que anuncia el presidente Juan Manuel Santos, es una muy buena noticia y estoy seguro de que todos los colombianos estamos haciendo fuerza para que por fin alcancemos la esquiva paz, un derecho y un valor constitucionalmente consagrados. 

Evidentemente, nadie quiere que se repitan experiencias perversas de procesos pasados. Estoy convencido de que no estamos frente a un nuevo caguán: las cosas son ahora distintas y llegó la hora de que los alzados en armas entiendan que en el mundo moderno no hay lugar para guerrillas. Si sumamos a la lucha guerrillera de las FARC, la violencia partidista de los años cincuenta del siglo pasado, son como 65 años de una confrontación en la que ni el Estado ni la subversión pueden derrotar a la contraparte y los levantados en armas carecen de toda posibilidad de llegar al poder por ese camino.

Las FARC tienen ejemplos recientes de grupos subversivos que se acogieron a procesos de paz relativamente exitosos. El antiguo M19, hoy reinsertado a la sociedad, participa del poder por la vía electoral que brinda la democracia. Antiguos guerrilleros han sido ministros, gobernadores, alcaldes, embajadores, cónsules; y tenemos en la alcaldía de Bogotá a un ex-guerrillero, Gustavo Petro, como su máxima autoridad. América Latina ofrece ejemplos como el de Uruguay, donde gobierna hoy un antiguo guerrillero, José Alberto Mujica Cordano, cariñosamente llamado por su pueblo Pepe Mujica, quien por los años sesenta del siglo pasado perteneció al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. No fue un alzado en armas cualquiera: Mujica fue gravemente herido en una confrontación, apresado en cuatro ocasiones, en dos de las cuales se logró fugar de la cárcel de Punta Carretas. Pasó cerca de 15 años de su vida en prisión. Antes de llegar a la presidencia fue ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, diputado (Representante a la Cámara) y senador de la República Oriental del Uruguay. Nada consiguieron los Tupamaros por las armas, fuera de la sangre y miseria en que sumieron a su pueblo. La democracia les ha otorgado muchas oportunidades, incluyendo la de gobernar a su nación.

La lucha guerrillera en Colombia es cada día más inútil, sangrienta y estéril. Muchos frentes de guerra son hoy soporte y fuente de la droga que envenena al mundo y que tanta vergüenza nos produce a los colombianos en el exterior. Hay lugares de la geografía nacional donde guerrilla, paramilitares, narcotraficantes y las “bandas criminales” tienen la misma razón de ser y participan, en infernal condumio, de las ganancias de la droga maldita.

La lucha por reivindicaciones sociales ha desparecido, para dar paso a una guerra de guerrillas con mucha capacidad terrorista pero con muy escasa capacidad de movilización militar. De luchar por la causa de los pobres se pasó a vigilar, administrar o producir narcóticos, en la mayoría de los casos. La subversión tiene la gran oportunidad de abandonar actividades como el terrorismo, el narcotráfico, el secuestro, la extorsión y la vinculación de menores. En la plaza pública y en los recintos de la democracia, está el verdadero escenario de quienes quieran aprovechar la última oportunidad de alcanzar la paz.

En buena hora el presidente Juan Manuel Santos inicia un proceso de paz. Todos a respaldarlo y a procurar que sea exitoso. Amable lector: ¿Se imagina a Colombia en paz?

 

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