Redacción Ecos. Foto: Ecos Media.-  Ron Álvarez es un hombre acostumbrado a crear milagros. Una de sus pasiones es lograr que jóvenes sin educación musical puedan ejecutar, con solo breves semanas de preparación, composiciones clásicas como el “Himno de la alegría” de Beethoven, fragmentos de Mahler o piezas más movidas como el mambo y hasta un merengue.

“Siempre me he visto como un docente obsesionado por enseñar la belleza de la música”, explica este venezolano de 30 años que, en junio 2016,  creó la Orquesta de Sueños de El Sistema Suecia, una agrupación integrada por más de 25 jóvenes refugiados, ubicados en la ciudad de Gotemburgo.

Álvarez fue formado en El Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, una obra social y cultural del Estado venezolano con más de 40 años de experiencia en la creación de un exitoso método de enseñanza musical, que favorece la integración de jóvenes de bajos recursos en Venezuela y ha inspirado el establecimiento de proyectos similares en más de 60 países del mundo.

“En la Orquesta de Sueños tenemos jóvenes de países en guerra como Afganistán y Siria, además de otros que provienen de naciones con problemas terribles como Eritrea o Albania pero todos ellos están unidos por el amor a la música que les ayuda a superar sus miedos y traumas”.

Mostafa Kazemi huyó de Kabul porque los talibanes, al verlo estudiando, varias veces amenazaron con matarlo; Fatima Moradi también salió de Afganistán por los peligros de la guerra y perdió a su familia en el peligroso cruce de la frontera con Irán; Smret Debay escapó de los enfrentamientos armados en Eritrea y atravesó mares y desiertos en una penosa travesía de un año hasta llegar a Europa; y Shadi Kheder tuvo que abandonar a toda su familia al huir del infierno bélico en Siria.

Todos son menores de edad y ahora, meses después de desafiar al destino y llegar a Suecia, forman parte de esta orquesta que tocó su primer concierto formal en Gotemburgo el lunes 24 de octubre, que es el día de la Organización de las Naciones Unidas.

“Estos chicos están acostumbrados a los sonidos de la guerra porque vienen de países donde las balas y explosiones pueden ser algo cotidiano”, explica Álvarez. Su rostro se ilumina de súbito cuando agrega: “Ahora me produce una enorme alegría saber que se enamoran de la música y disfrutan los sonidos nobles de las composiciones y los aplausos. Ya no se estremecen de miedo sino de alegría y eso es un gran cambio”.

“La música nos hace mejores personas”, señala con pasión Alvárez, “eso es un hecho comprobado desde hace siglos. Los refugiados merecen una vida mejor y la música les da esa oportunidad: les permite olvidarse por un momento de todos sus traumas y problemas".

"Es un proceso que los empieza a cambiar desde la primera clase y favorece su integración social, porque mejora su confianza y les enseña un oficio del que se sienten orgullosos. No creo que todos van a ser profesionales, pero me basta con saber que esta buena experiencia los va a acompañar durante el resto de sus vidas”, señala enfático el joven y brillante director venezolano.

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